La maldición de Trump
Mientras veo protestar a las multitudes de norteamericanos en contra de las medidas que ha tomado Trump nada más llegar al gobierno, cuando me entero de que más de un millón de británicos se niega a que Trump sea su invitado y como tal dé la mano a la Reina de Inglaterra, mientras me sorprende que incluso los empresarios de grandes multinacionales con sede en los E.E.U.U. de América rechacen la expulsión de los musulmanes de su país, mientras las plazas se llenan de las mujeres indignadas con un grito unánime en contra de su presidente recién elegido, y cuando me entero de que fiscales y diplomáticos estadounidenses se oponen de manera frontal a la construcción de un muro vergonzante en la frontera con México, me digo a mí misma que no todo está perdido, que quizá a Trump le recordemos como aquel presidente norteamericano que no llegó al límite de su mandato y que tuvo la virtud de unir en su contra a todos los seres humanos mínimamente honestos que existen en el mundo, ya fueran asiáticos, africanos, americanos o europeos. ¿Una vacuna eficaz contra el fascismo?. Sin embargo, su huella quedará indeleble como el malo del cómic, abocado a perder, con una mujer de plástico abocada a traicionarle. Porque Trump no da la talla como antagonista de una buena obra de teatro ni de guión de cine serio. Shakespeare inventó a Yago, uno de los malos más enigmáticos que hayan existido. Nunca sabremos por qué Yago obra con tanta maldad para con Otelo y Desdémona, sus razones son demasiado profundas para que puedan ser explicadas en las escasas dos horas que dura la obra. La conciencia de Yago es un pozo sin fondo. Trump, sin embargo, es pueril en el peor sentido de la palabra, tan egoísta como el tío Jilito y tan torpón como el gato que nunca acaba de devorar a los ágiles ratoncitos. Y sin embargo… me acuerdo de Hannah Arendt y su informe sobre la banalidad del mal y tiemblo pensando en esa buena gente que ha votado a Trump, los que obedecerán con gusto sus decretos, inocentes adocenados que creen de verdad que todos los árabes son tipos peligrosos que podrían hacer daño a sus hijos. Me acuerdo de los que votan a Trump y esconden la mano, de los acomplejados que desean ponerse del lado de los poderosos… Aunque quizá Trump no sea tan poderoso como cree, y acabe muy pronto en el trastero, entre los cachivaches de la Historia. Entonces lo celebraremos, como si el virus del mal se hubiera erradicado por fin, sin pensar en las concertinas que cada día rajan la carne de los valientes que intentan traspasar el muro de egoísmo que los europeos construimos para impedir la entrada de los africanos pobres. Y me acuerdo de la renuencia del gobierno de España a admitir refugiados, aunque se haya comprometido a hacerlo, demostrando que los españoles no tenemos ni dignidad ni palabra, y me duele ese niño congoleño de seis años que apareció ahogado en la playa de Barbate, Se llamaba Samuel. Es eso todo lo que sabemos, eso y que apareció abandonado entre las olas como si se tratara de una bota vieja. Un niño de cuya desgracia ni siquiera se dio parte durante dos días, que fue arrojado al agujero del olvido donde duermen los negros hijos de emigrantes muertos de hambre. Si un día Trump viniera a España, ¿acabaría ganando las elecciones? ¿Y si ha llegado ese día y ya está en el poder y ni siquiera lo sabemos? La maldición de Trump.
Temas