Platino y brillantes con charnelas vegetales de diamantes. De materias tan nobles se compone la Tiara de Lis, emblema heráldico de los Borbones, que lució la reina Letizia la semana pasada. Estaba regia, al menos en la fotografía de la portada del Hola. Dicen que doña Letizia se decidió a estrenar esta corona para deslumbrar a Luciana Awada, la primera dama argentina. De hecho, la reina Sofía no usó la joya que le regaló Alfonso XIII a Victoria Eugenia hasta que tuvo una vecina de mesa de su categoría: la mismísima Isabel II de Inglaterra. Créanme, en mi última visita a la peluquería he estudiado a fondo el tema, y se pude decir que soy una experta en tiaras reales. Sin embargo, no puedo dejar de pensar que coronas semejantes las venden por 12 euros en Don Disfraz. Serán de pacotilla, pero dan el pego. Y hay otros dos aspectos que no me encajan: el primero es la diferencia de tamaño entre la cabecita y el cuerpo menudo de la reina española y el coronón de su tatarabuela política. Con la tiara encima, Letizia parece una barbie a la que le han colocado la corona de una nancy. Y todavía me parece menos apropiado para una reina de verdad el gesto de avidez satisfecha, ¡por fin!, que se refleja en su rostro maquillado. ¿A quién me recuerda esa mirada?, ¿a la de un busca-tesoros furtivo justo en el momento en el que abre el cofre y lo encuentra repleto de collares y brazaletes?. Sí, ese resplandor codicioso, un poco desconfiado –parece que levanta los ojos hacia arriba para vigilar el dineral que lleva sobre la cabeza- es más propio de una hermanastra de Cenicienta que de la Cenicienta misma. A las reinas de verdad les corresponde una mirada lánguida y ensimismada, propia de quien ya ha olvidado que un día el hada madrina le cambió la cofia por corona. Sigo pasando las páginas del Hola y me hallo ante otra nueva Cenicienta: Melania Trump, con la que la reina Letizia, salvando las distancias –les separa nada menos que el Océano Atlántico- mantiene dos notorias semejanzas. Letizia y Melania son castañas claras, con reflejos rubios, y las dos lucen una bella estampa, además de salir en las fotos de las revistas del corazón por haberse casado con sendos mandamases. Hay, sin embargo, entre ambas una gran diferencia: si a doña Letizia se la ve radiante en su papel de reina, a la pobre Melania se la ve triste, muy triste, tristísima en su papel de primera dama. Y eso le honra a Melania: ¡con cuánta dignidad soporta la proximidad del cerdo con flequillo con el que se ha casado!. Lo pienso y me cae hasta bien ¡Lo que habrá tenido que luchar hasta llegar a encerrarse en su jaula de oro!. Recuerdo los versos de Rubén Darío y me parecen más apropiados para Melania que para Letizia: “Pobrecita princesa de los ojos azules/ está presa en sus oros, está presa en sus tules/ en la jaula de mármol del palacio real”. Sí, a Rubén Darío también le hubiera conmovido la tediosa resignación con la que Melania soporta la vida casablanqueada. Cualquiera que la contemple con detenimiento se dará cuenta de que está soñando con que den las doce y, ¡por fin!, se convierta de nuevo en una pobre emigrante rumana. Entonces saldrá corriendo a la calle con la esperanza de encontrar un ser humano que la mire y la toque con respeto…. Si las observan con atención, seguro que coinciden conmigo en que, llegado el caso, sería el pie de Melania y no el de Letizia el que se deslizaría suavemente dentro del zapatito de cristal.