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Esperanza Ortega

Las cosas como son

Cuando Forges nos hizo llorar

Yo me enteré de madrugada. Había dejado encendida la radio y oí entre sueños una voz que anunciaba la muerte de Forges. No me lo podía creer. Dejé la radio encendida y esperé una hora despierta a que lo confirmara el nuevo noticiario. Sí, era verdad que Forges había muerto. Me parecía mentira porque, a pesar de que había leído sus chistes hasta aquella misma mañana, el nombre de Forges deambulaba en mi memoria por las avenidas bulliciosas de los años juveniles, entre bromas y risas. Y no es que aquellos años, los finales de la Dictadura, hubieran sido de juerga constante, en absoluto. Fue un tiempo trágico, aunque lleno de vida. “Ser joven en los años sesenta fue un privilegio”, decía en una entrevista el arquitecto Oscar Tusquets. Y también lo fue en los años setenta, pensé yo. Y en aquellos años tristes en los que nos reímos tanto, lo hicimos casi siempre ante un chiste de Forges, cuando ya estaba anocheciendo, mientras leíamos el Informaciones, que salía por la tarde, todos los días, menos el lunes, claro está. Los chistes de Forges eran una ventana que se abría a una estancia bien iluminada, la de su propia mente lúcida, noble e insensata. A veces había que cerrar el periódico repentinamente porque llegaban los grises hasta las puertas mismas de Padova, aquella cafetería-confitería del Valladolid inolvidable, donde entrábamos a tomar un cruasán al atardecer todas las generaciones revueltas, pero sobre todo los grupos de señoras mayores –tendrían nuestra edad actual, pero entonces nos parecían muy mayores- que amenazaban con hacer estallar los espejos dorados con sus voces agudas e incesantes, y los señores taciturnos de bigote blanco, chaleco y sombrero, mezclados entre los melenudos y nosotras, risueñas y felices, porque acabábamos de leer el chiste de Forges. Allí, en ese ambiente de final del mundo fueron apareciendo las dos viejas del pañuelo negro o los calvos narigudos y escuchimizados de las cortes franquistas o el matrimonio cuya conversación denotaba que, a pesar de dormir en la misma cama, no habían estado juntos ni una sola noche. O no tanto, quizá no tanto, es verdad. Y nos hacían reír más aún cuando les oíamos hablar con los neoforgismos que él inventaba para decir lo imposible en un tiempo imposible sobre unos seres imposibles y sin embargo…,con un lenguaje coherente, un verdadero forgendro que añadía un nuevo color a la gama gramática. Sí, Forges acudía a su cita diaria, puntual, íntimo, respetuoso y respetado, uno más siempre entre nosotros. “Y yo me iré –escribió Juan Ramón Jiménez- y seguirán los pájaros cantando…” Tantos se fueron, mientras los pájaros seguían cantando y Forges seguía publicando sus chistes cada día, que creímos que así iba a seguir sucediendo hasta la eternidad. Sin embargo, sus viñetas ya no nos harán reír en el futuro, sino suspirar de melancolía. ¿Suspirar?, ¿por quién? No por ese hombre que se apellidaba Fraguas y al que no conocimos, sino por nosotros mismos, mientras saboreamos un cruasán y ya es historia. ¿Te acuerdas de Forges?, diremos un día no tan lejano, y caerá la noche repentinamente sobre nuestros párpados para que nadie vea que estaba por escapársenos una lágrima. ¿Cuándo? Hoy mismo. Cuando abrimos el periódico y echamos eso en falta por primera vez, lo que ayer nos hacía reír y hoy nos hace llorar.

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Sobre el autor

Esperanza Ortega es escritora y profesora. Ha publicado poesía y narrativa, además de realizar antologías y estudios críticos, generalmente en el ámbito de la poesía clásica y contemporánea. Entre sus libros de poemas sobresalen “Mudanza” (1994), “Hilo solo” (Premio Gil de Biedma, 1995) y “Como si fuera una palabra” (2007). Su última obra poética se titula “Poema de las cinco estaciones” (2007), libro-objeto realizado en colaboración con los arquitectos Mansilla y Tuñón. Sin embargo, su último libro, “Las cosas como eran” (2009), pertenece al género de las memorias de infancia.Recibió el Premio Giner de los Ríos por su ensayo “El baúl volador” (1986) y el Premio Jauja de Cuentos por “El dueño de la Casa” (1994). También es autora de una biografía novelada del poeta “Garcilaso de la Vega” (2003) Ha traducido a poetas italianos como Humberto Saba y Atilio Bertolucci además de una versión del “Círculo de los lujuriosos” de La Divina Comedia de Dante (2008). Entre sus antologías y estudios de poesía española destacan los dedicados a la poesía del Siglo de Oro, Juan Ramón Jiménez y los poetas de la Generación del 27, con un interés especial por Francisco Pino, del que ha realizado numerosas antologías y estudios críticos. La última de estas antologías, titulada “Calamidad hermosa”, ha sido publicada este mismo año, con ocasión del Centenario del poeta.Perteneció al Consejo de Dirección de la revista de poesía “El signo del gorrión” y codirigió la colección Vuelapluma de Ed. Edilesa. Su obra poética aparece en numerosas antologías, entre las que destacan “Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española” (1950-2000) y “Poesía hispánica contemporánea”, ambas publicadas por Galaxia Gutemberg y Círculo de lectores. Actualmente es colaboradora habitual en la sección de opinión de El Norte de Castilla y publica en distintas revistas literarias.