El martes pasado, la manifestación feminista asombró a más de uno, aunque ya había vaticinado yo, con el cardenal Osoro, que iba a participar hasta la Virgen María. ¡Hombres de poca fe! No me habíais creído. Lo que no me había sido revelado es que los fariseos y las fariseas que momentos antes condenaban la huelga iban a aparecer al día siguiente con un lazo lila en la solapa. Cosas que pasarán a la historia de la desvergüenza política. Entre el entusiasmo y la melancolía de aquella tarde gloriosa, lo que yo eché de menos es la presencia de nuestras antepasadas, las madres y hasta las abuelas que no conocimos. Y también eché de menos a las niñas que fuimos nosotras, mientras leíamos los cuentos de niñas. Ahora que tanto se habla de la necesidad de “referentes” para las futuras mujeres liberadas, los libros protagonizados por niñas, escasos pero memorables, adquieren en el recuerdo su verdadero valor reivindicativo. No me refiero a las protagonistas de los cuentos tradicionales, que sitúan el relato en una dimensión simbólica, sino a las historias enmarcadas en la vida cotidiana, que son las que influyen en los modelos sexistas. Y me refiero a esas niñas que como Celia, Mari Pepa o Antoñita la fantástica, herederas todas ellas de la desventurada Sofía de la Marquesa de Segur, sufrían todo tipo de castigos por no acoplarse al modelo femenino que las marcaba la sociedad y la familia. Todas ellas se escaparon alguna vez de casa y casi todas ellas escribían su historia en un diario, único refugio para su rebeldía y único texto en el que no se veían relegadas a un papel secundario. Cuando leí el diario de la maravillosa escritora que fue Ana Frank, asesinada por los nazis antes de cumplir los 15 años, me acordé de estas niñas de los cuentos, que tanto se parecían a ella. Y me acordé también de Jo, la escritora, la segunda de las cuatro hermanas de Mujercitas, rebelde y feminista donde las haya. Igual que Ana de las tejas verdes, Jo poseía la espontaneidad y el amor por la naturaleza de una Heidi sin abuelo. ¡Cuántas niñas soñaron en sus páginas con una nueva vida en un mundo nuevo! Y cuántas renunciaron a ese sueño con el paso de los días, al mirarse al espejo y ver que ya eran tan altas como sus mamás. Mucho más tarde apareció en España Pipi Calzaslargas, la intrépida y desvergonzada Pipi Lángstrump, niña de espíritu pirata, fuerte y valiente como una guerrera vikinga. ¡Cualquiera se metía con Pipi! Como heredera de la gran Pipi solo conozco a la inteligente y poderosa Martilda de Roald Dahl. Ya sé que mi argumentación se podría matizar en un texto mucho más extenso que éste, ero yo me sigo preguntando: ¿por qué estos cuentos protagonizados por niñas se consideraban cuentos para niñas mientras los protagonizados por niños se consideraban cuentos para todos? Me refiero a Pedro Melenas, a Tom Sawyer, a Daniel el travieso, a Guillermo Brown o al pequeño Nicolás, que las niñas leíamos también con fruición. Y otra pregunta, ¿por qué los libros que se leen en las escuelas mixtas actuales están protagonizados por niños en su gran mayoría?, ¿por qué no hay un equivalente femenino de Manolito Gafotas o Tom Gates?, ¿por qué los libros protagonizados por niñas se siguen considerando solo femeninos y así se presentan y publicitan? En cualquier caso, el jueves regresaron aquellas pequeñas heroínas nuestras, sonriendo con melancolía mientras abrían de nuevo sus cuadernos y escribían en sus diarios: “Hoy, 8 de marzo de 2018, estoy hasta el c… de tanto machirulo”