Cuando escribía columnas en “El Día de Valladolid”, dediqué algunas de ellas a León de la Riva. Como se publicaban en periódicos de distintas provincias, llegaban a personas que nada sabían de los entresijos de nuestra política municipal. En un viaje a Málaga, una poeta andaluza que participaba conmigo en unas Jornadas Literarias se acercó para felicitarme:¡Cuánto te agradezco lo que me haces reír! -comentó entusiasmada- sobre todo con las columnas que protagoniza ese alcalde que te has inventado. No sin cierto bochorno, tuve que reconocer que el personaje era real, que mi imaginación no daba para tanto. Más tarde León de la Riva protagonizó sucesos ante los que se me heló la risa, pues ponían de manifiesto su auténtica catadura moral. No voy a referirme a ellos porque ya lo hice en su momento. Nunca más, me dije. Nunca más escribiré sobre alguien del que ya he dicho todo lo que tenía que decir. Pero me equivocaba. Al conocer sus insultos contra Leire Pajín, he pensado que hay algo que no debo callar. No porque me asombren ni sus exabruptos ni la ideología machista que claramente manifiestan, a eso ya estoy acostumbrada; sino para contestar a los que le disculpan con palabras semejantes a éstas: “Eso no debería haberlo dicho a micrófono abierto, esas cosas se dicen en privado”, comentan algunos por lo bajo. No, eso no debe decirse ni en privado ni en público, porque supone un insulto contra todas las mujeres que ocupan puestos de responsabilidad, contra todas las trabajadoras que se ganan su jornal con esfuerzo, contra nuestras madres, que no tuvieron oportunidad de demostrar sus capacidades, contra las niñas que sueñan con ser algo en la vida… Quiero pensar que muchas de las personas que le disculpan no han entendido el alcance de sus palabras. Yo tampoco las entendí en un primer momento, reconozco que no domino la jerga de los clientes de puticlub con la que León de la Riva acostumbra a referirse a las mujeres. Pero una vez comprendido el mensaje, no me extraña que la Ministra de Cultura no haya querido estrecharle la mano. ¿Supone su postura un rechazo a la ciudad de Valladolid? En absoluto. Es únicamente León de la Riva quien mancha la fama de seriedad y elegancia de la que siempre han hecho gala los vallisoletanos de todas las ideologías políticas. Ninguno de nuestros representantes ni en el gobierno ni en la oposición comparte las maneras soeces del alcalde, al menos los que yo he conocido se comportan con una cortesía exquisita, como corresponde a los cargos que ostentan. Yo soy palentina –he de admitir que estos días lo afirmo con especial insistencia- , pero tengo dos hijos vallisoletanos y me gustaría que fueran por el mundo con la cabeza alta, sin tener que justificar que su ciudad no es el prototipo de la España vulgar y chabacana que su alcalde se empeña en representar. Un alcalde que nos remite al señorito de casino provinciano de los versos de Antonio Machado: “Esa España inferior que ora y bosteza, /vieja y tahúr, zaragatera y triste; / esa España inferior que ora y embiste / cuando se digna usar de la cabeza”. En los años que llevamos en democracia, Valladolid se ha convertido en una ciudad laica y moderna, sin renunciar al sustrato de su tradición, católica en el sentido profundo y universal del término. En fin, señor alcalde, ¿no entiende que usted no está a su altura? Se lo digo más claro: dese una ducha y cállese. Si no puede evitarlo, cambie de profesión. No tendría muchas pacientes como ginecólogo, pero hay un montón de programas basura en los que, además de un puesto de trabajo, encontraría con quien compartir sus mismas fantasías inconfesables. Se le iban a rifar. Valladolid, en cambio, merece recuperar la paz y su buen nombre. Y para conseguirlo, necesita olvidarse de León de la Riva.