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Esperanza Ortega

Las cosas como son

El país de la sonrisa


Hace ya treinta años participé en un viaje de grupo, organizado por una agencia turística, con gente desconocida, con la que acabé haciendo una amistad ocasional. Incluso comíamos juntos y, en una de las sobremesas, un compañero de viaje comentó que el año anterior había visitado Tailandia, el llamado País de la Sonrisa. Enseguida suscitó el interés, aunque las mujeres dejamos pronto de escucharle. Su relato se reducía a describir su experiencia en los burdeles, donde un grupo de niñas sonrientes, guapísimas, -¡parecían salidas de Las mil y una noches!, decía embargado de emoción- le daban masajes indescriptibles y ensayaban para él todo tipo de posturas sexuales. Imaginarme a aquel hombre, entrado en años y en kilos, en manos de aquellas pobres niñas me fue produciendo un asco difícil de olvidar. Quizá por eso me he seguido interesando por las noticias que vienen de Tailandia, casi siempre relacionadas con el turismo sexual y la prostitución infantil. Parece que este negocio, que mueve 2.200 millones de dólares anuales y sostiene otras industrias del país, no es suficiente para sacar de la pobreza a la mayoría de la población, a pesar de que en las provincias del Norte ya no quedan casi niñas, pues la mayoría ha caído atrapada por las redes mafiosas que las compran, las engañan o las raptan, según se presente la ocasión. El negocio comenzó en los años sesenta, cuando el Departamento de Defensa de los EE.UU, en plena guerra de Vietnam, hizo un pacto con el gobierno tailandés para ofrecer “relajación y recreación” a los sufridos soldados. Los mismos militares regentaban los burdeles, cuyos clientes, al terminar la guerra, fueron sustituidos por viajeros occidentales de sexo masculino, como aquel compañero de viaje que se ufanaba al contar su aventura al grupo turístico. Pues bien, antes de ayer por la noche escuché en la radio que en las primeras elecciones libres de Tailandia desde 2006, año en que el ejército derrocó al último presidente democrático, había salido victoriosa una mujer llamada Yingluck Shinawatra, hermana del depuesto presidente en el exilio, y cuyos partidarios habían sido masacrados por el ejército, -más de noventa muertos-, en las manifestaciones que se produjeron el año pasado. ¿Les suena el tema? Seguramente no. Entre otras cosas porque los medios de comunicación: televisión, periódicos nacionales… no han dedicado a esta noticia apenas ningún comentario. Sin embargo, la información sería escuchada por muchas y algunos con más interés que el relato asqueroso del turismo sexual, que sí ocupa un lugar preeminente entre los artículos morbosos que se publican todos los veranos. También les interesaría saber a muchas y a algunos que en Tailandia hay numerosas mujeres que trabajan en múltiples oficios, entre ellas escritoras como Frinasa Asokin o Winita Dithiyon, y que han llegado a estudiar carreras universitarias, como la nueva presidenta que ha ganado las elecciones por mayoría absoluta. Aunque a ella no le gusta decir que ha ganado, según la primera y única declaración que he encontrado en una noticia de agencia en Internet: “No me gusta decir que mi partido ganó, prefiero decir que el pueblo nos ha dado al partido Pheu Thai y a mí una oportunidad de servirles”. ¿Les suena? Seguramente tampoco. En nuestro pequeño mundo los políticos no suelen decir nada semejante. Pero el mundo, afortunadamente, es más grande de lo que se creen los turistas occidentales, y en él cabe también la esperanza. Aunque no ocupe apenas una columna en el periódico.

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Sobre el autor

Esperanza Ortega es escritora y profesora. Ha publicado poesía y narrativa, además de realizar antologías y estudios críticos, generalmente en el ámbito de la poesía clásica y contemporánea. Entre sus libros de poemas sobresalen “Mudanza” (1994), “Hilo solo” (Premio Gil de Biedma, 1995) y “Como si fuera una palabra” (2007). Su última obra poética se titula “Poema de las cinco estaciones” (2007), libro-objeto realizado en colaboración con los arquitectos Mansilla y Tuñón. Sin embargo, su último libro, “Las cosas como eran” (2009), pertenece al género de las memorias de infancia.Recibió el Premio Giner de los Ríos por su ensayo “El baúl volador” (1986) y el Premio Jauja de Cuentos por “El dueño de la Casa” (1994). También es autora de una biografía novelada del poeta “Garcilaso de la Vega” (2003) Ha traducido a poetas italianos como Humberto Saba y Atilio Bertolucci además de una versión del “Círculo de los lujuriosos” de La Divina Comedia de Dante (2008). Entre sus antologías y estudios de poesía española destacan los dedicados a la poesía del Siglo de Oro, Juan Ramón Jiménez y los poetas de la Generación del 27, con un interés especial por Francisco Pino, del que ha realizado numerosas antologías y estudios críticos. La última de estas antologías, titulada “Calamidad hermosa”, ha sido publicada este mismo año, con ocasión del Centenario del poeta.Perteneció al Consejo de Dirección de la revista de poesía “El signo del gorrión” y codirigió la colección Vuelapluma de Ed. Edilesa. Su obra poética aparece en numerosas antologías, entre las que destacan “Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española” (1950-2000) y “Poesía hispánica contemporánea”, ambas publicadas por Galaxia Gutemberg y Círculo de lectores. Actualmente es colaboradora habitual en la sección de opinión de El Norte de Castilla y publica en distintas revistas literarias.