Todavía me duelen las manos de aplaudir en “El lago de los cisnes” . La mágica música de Tchaikovski aún resuena insistente en mi cabeza. Desde que salí del Teatro Calderón, no logro evitar tararear esa melodía histórica que escribió el compositor ruso hace más de cien años y que hasta el más lego vincula con el ballet clásico, tenga o no conocimientos en esta delicada danza. En mi caso, me asomaba al mundo de los cisnes de Tchaikovski por primera vez. Aunque no creo que fuera la única. Hacía 22 años que este montaje no se representaba en España. Y hace apenas unas horas, he tenido el privilegio de presenciar el estreno internacional de la obra, dirigida por Ángel Corella (que finalmente no pudo bailar por una hipoglucemia detectada tras una intoxicación alimentaria en Barcelona).
No me extraña que las entradas se agotaran en las dos horas siguientes a la apertura de las taquillas del teatro vallisoletano. La belleza de la obra logra conquistar al público desde la platea hasta los palcos. Sorprende cada giro, cada salto, cada pose de los bailarines; hipnotiza ese equilibrio imposible sobre las puntas de los dedos de los artistas que dan vida tanto al apasionado Sigfrido como a la sufrida y bella Odette, la inquietante Odile y el grupo de cisnes, princesas y cortesanos. Dos horas y media de amor, engaño y tragedia; un cóctel que funciona desde el principio de los tiempos (sin embargo, es curioso que no le funcionara a “El lago” allá por 1877, cuando fue interpretada por primera vez en un escenario. Por esas cosas de la vida, el montaje no vería el éxito hasta después de la muerte de Tchaikovski).

Gabriel Villamil

Aunque el amor imposible de un príncipe y una reina-cisne encantada no lograra despertar el aplauso del público del Teatro Bolshoi de Moscú, la versión de Corella sí que ha entusiasmado al público que abarrotaba el Calderón. Por cierto, entre ellos no se encontraba la baronesa Thyssen, aunque se había rumoreado que iba a ocupar uno de los palcos del teatro vallisoletano. Lástima. Ella se lo pierde.