No puedo evitar, cada vez que leo una noticia sobre algún pederasta, sentir un desagradable vacío en la boca del estómago mientras siento que mi niño interior pierde otra parte de su ya vapuleada ingenuidad. Son los peores delincuentes. Destrozan la inocencia, mancillan el futuro y averguenzan al resto de los habitantes de este malogrado planeta, que no queremos formar parte del mismo género humano que ese grupo (al parecer, preocupantemente numeroso, dado al gran número de noticias al respecto que cada día entristecen nuestro alma) de animales con presencia humana.
Y no sólo consiguen enfangar el espíritu de sus pequeñas víctimas (obligándoles a llevar de por vida el lastre de la abominación), sino que enturbian de desconfianza a absolutamente todo y todos los que les rodean.
Hoy, cuando leía la repugnante noticia de un religioso español detenido en Chile con horas y horas de abusos grabadas y su inquietante vínculo profesional durante (por suerte) sólo cuatro meses con el colegio San Viator de Valladolid, recordé una cita de Jacinto Benavente que ayer mismo un colaborador de Nortecastilla.es me incluía en un correo electrónico.
“Lo peor que hacen los malos es obligarnos a dudar de los buenos”.