Haga lo que haga, diga lo que diga y se vista como se vista, la Princesa Letizia causa un revuelo mediático con su simple (o no tan simple) existencia. Si elige un traje largo o corto, rojo o morado, si se cambia de peinado, se retoca la nariz o se coloca a uno u otro lado de su real marido. Si habla con la suegra, si no habla con el suegro, si las cuñadas no se sientan a su lado… Todo en ella es noticia. Se aprovecha al cien por cien, informativamente hablando (sí, sí, como ese rico animal del que se dice que se come hasta… bueno, mejor no sigo).
Doña Letizia despierta pasiones, desde el primer día, y cualquiera (hasta yo misma) está capacitado para opinar sobre su principesco existir. Pero de lo que más se habla, si se pudiera hacer un top ten de interés ‘letizigo’, sería sin duda sus tacones. Los 20 centímetros más controvertidos desde el maldiciente chiste de las mujeres y sus presuntos problemas con el aparcamiento.
Y, la verdad, con la que está cayendo (Gürtel, crisis, terremotos, curas pederastas, paro…), lo de los tacones de Doña Letizia no es más que pan y circo. Eso sí, los leones, de primera, oye.
Nunca unos zapatos han sido más fotografiados y comentados que los suyos. He oído que se está elaborando una lista con los cien objetos más importantes y representativos del siglo XX. Y entre el teléfono móvil y el kalashnikov (que al parecer están entre los candidatos), tal vez entre los últimos puestos, consigan hacerse un hueco los zapatos de Doña Letizia, con los que ha conseguido tener a muchos (periodistas, nobles y plebeyos) totalmente a sus pies.