Los sindicatos han señalado con rojo el 29 de septiembre en el calendario. Es la fecha prevista para que los españoles cuelguen sus oficios en la percha del reproche y hagan todos a una una gran pitada al Gobierno de Zapatero. Sin embargo, desconocen que guarda baja sus presidenciales mangas un último as que se juega a miles de kilómetros de La Moncloa. ZP ya intentó la semana pasada que el propio Papa intercediera ante lo más alto para terminar con los problemas del país. Por si acaso la bendición vaticana no es suficiente (y es que la del presidente es sólo una súplica más en un mar infinito y omnipresente de ruegos y plegarias), el jefe del Ejecutivo nacional ha puesto todas sus esperanzas en el Plan B: que España gane el Mundial . El fútbol mueve mucho dinero, y eso lo sabe cualquiera que conozca los sueldos de los futbolistas, pero de ahí a sacar a un país de la crisis, va un largo, largo trecho. Porque además de la prima de 600.000 euros que cobrarán cada uno de los miembros de la Selección, o de los ingresos que percibirán las televisiones, algunos anunciantes y ciertas marcas de ropa… pues yo no veo dónde puede estar el negocio. Aunque tal vez Zapatero no piense en términos económicos sino anímicos. Si la gente está contenta, se consume más, se trabaja mejor, se genera empleo… Y está visto que la Roja ilusiona. Entonces, ¿en lugar de unas drásticas medidas para reducir el déficit no sería más rentable un plan nacional de promoción del fútbol? Clases de balompié desde el jardín de infancia, cursos de animación desde las gradas, una asignatura de bombo en las Escuelas de Música, y un Ministerio de Fútbol dirigido por Luis Aragonés. Quitamos los toros de Osborne de las carreteras e instalamos carteles de Iniesta; y ponemos en marcha un plan de incentivos a jugadores de otros países para que se nacionalicen aquí. Hasta conseguir que el fútbol genere la mayor parte de nuestro Producto Interior Bruto. Hoy España se juega su sueño contra Suiza y, si gana, tal vez esté un poquito más cerca de salir de los problemas económicos o, por lo menos, de olvidarlos.