¡Qué ganas tenía de dedicar un post a Obama! El primer presidente afroamericano (es decir, negro) de la historia. No hay un día, en el que el esposo de Michelle no salga en los medios de comunicación. Está claro que cuando Barack habla, sube el pan… o la bolsa de Nueva York, o el índice Nikkei, o lo que sea. Ya ha pasado más de un año desde que tomó posesión en una jornada memorable para la historia. Nadie le puede negar su capacidad para hipnotizar con cada una de sus palabras. En sus discursos, podría facilmente dejar “ko” al auditorio con sólo decir “Un, dos, tres… duerme”. A mí me fascina, no puedo negarlo, a pesar de saber con antelación que más tarde o más temprano me decepcionará. No existe el presidente de EE UU perfecto, y no creo que Obama sea el primero.
De momento, mi índice de confianza presidencial sigue alto. Ha descendido un poco con los matices de la reforma sanitaria, con las incursiones hostiles en tierras ajenas, y con la patochada de invitar a Zapatero al Desayuno Nacional de la Oración (¡cómo son estos americanos!). Pero lo peor de todo, es lo de fumar. Pase que le dé al vicio del cigarro, pase a que el hombre más poderoso del mundo, el del eslogan “We can”, no pueda contra el tabaco. Sí, sí, ya sé que dejar de fumar es muy complicado. ¡A mí me lo van a contar, que soy ex fumadora! Pero yo no voy por ahí gritando “Yes, we can. Yes, we can”.
Pero lo que de verdad me ha llegado al alma, es que ¡fuma a escondidas! Por Dios (my good), que es el presidente de Estados Unidos, que fume donde le dé la gana. Seguro que se esconde de su mujer, que tiene una pinta se sargento que no puede con ella. El día menos pensado nombra a Michelle jefa suprema del Ejército americano. Y no lo haría nada mal, que está claro que en su casa, la Casa Blanca, Barack tiene el poder legislativo y, Michelle, el ejecutivo.
Lo único que espero es que no se esconda a fumar en el Despacho Oval, que ya está bien con tanta falta de respeto. Y si no, que le cambien el nombre por el de Despacho Oral, por ser entre estas paredes donde los presidente americanos sucumben a sus placeres… orales.