Situadas a menos de una hora entre sí, las ciudades Patrimonio de la Humanidad de Segovia, Ávila y Salamanca forman una línea de oro, en el fondo sur de la comunidad castellana y leonesa, que no tiene parangón en ninguna otra región de España. Ni posiblemente del mundo. Si al Acueducto de Segovia, a la Muralla de Ávila o a la Universidad de Salamanca, cada uno de ellos capaz de interpretar al mundo por sí mismo, le sumamos el asombro permanente de la catedral de Burgos, la vibrante plasticidad del paisaje de Las Médulas, la espiritualidad perpetua del Camino de Santiago o la inmersión en la noche de los tiempos del yacimiento arqueológico de Atapuerca, nos encontramos sin duda ante un tesoro del que posiblemente no seamos conscientes ni nosotros mismos.
Cumplido ya prácticamente el primer decenio del nuevo siglo, nuestras tres ciudades Patrimonio de la Humanidad se enfrentan, sin embargo, con importantes retos de cara a su futuro inmediato. Cierto es que en plena crisis su pujanza turística ha mantenido el tipo, seguramente por efecto de ese turismo ‘de corto recorrido’ que en estos tiempos prima más los desplazamientos de interior que los grandes circuitos, pero también es verdad que en otros territorios, fundamentalmente el de la industria, siguen teniendo carencias que no se terminan de cubrir con este sector. Incluso sus modelos urbanísticos, lógicamente limitados por los planes especiales de protección que requieren sus cascos históricos, han de luchar permanentemente contra la dificultad que supone dar unos servicios del siglo XXI a espacios que pretenden mantener toda la esencia del medievo; o de más allá. Eso por no hablar de retos permanentes, como los letreros comerciales, los contenedores de basura o el cableado, que siguen sin estar resueltos, a pesar de que las soluciones técnicas están perfectamente definidas; para que se hagan realidad falta ‘únicamente’ la inversión.
En sus 25 años de andadura (Salamanca tres menos), las ciudades Patrimonio de la Humanidad de Castilla y León, integradas y apoyadas en el grupo de Ciudades Patrimonio de la Humanidad de España, no sólo han conseguido renacer sobre sus grandes tesoros históricos y artísticos, sino que también han logrado convertirse, en gran manera, en modelos de ciudades capaces de darles a sus vecinos una calidad de vida donde la belleza, la monumentalidad y el encanto forman parte del cotidiano existir. Sin embargo, todavía llama la atención lo poco publicitadas y lo escasamente conocidas que son no sólo para una buena parte de los europeos, sino también para muchos españoles y para no pocos castellanos y leoneses. En su día, incluso, tuvieron líneas especiales de promoción de las que ya no disfrutan, tanto por parte de la Junta de Castilla y León como por parte del Gobierno de España.
Si verdaderamente el turismo de interior, con crisis o sin ella, representa un modelo de interés creciente entre los viajeros de nuestro tiempo, Castilla y León tiene en sus tres ciudades Patrimonio de la Humanidad unas auténticas joyas de la corona que merecen no sólo mayor atención, sino también una vigilancia permanente sobre sus problemas específicos. Unidas, además, al resto de lugares distinguidos por el reconocimiento mayor de la Unesco, representan a la perfección los mejores valores de esta tierra, que debe seguir esforzándose por hacer de su pasado la moneda más valiosa de su futuro inmediato. Hay que cuidarlas mucho más.