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Carlos Aganzo

El Avisador

Leer en tiempos revueltos

“Si quieres que hagamos una entrevista, hagámosla ya; dentro de cinco minutos puedo estar muerto». Ésta era una de las ‘boutades’ predilectas de Victoriano Crémer, un escritor que se fue con el prurito de haber ganado un premio literario a la edad más avanzada (obtuvo el Gil de Biedma con 100 años) y un periodista, bregado en la lucha contra la censura, que adoptó la ironía como una cáscara de la que ya nunca pudo desprenderse, por mucho que cambiaran los tiempos. Crémer, al lado de Julio Valdeón, del gran Ullán y, por supuesto, de Miguel Delibes, es uno de los nombres a los que la Feria del Libro de Valladolid rinde homenaje este año. Un año marcado por las pérdidas personales y literarias; y también económicas.

Victoriano Crémer, autor de una obra que merecía una revisión en profundidad, capaz de captar toda su significación, tanto literaria como social, es un buen ejemplo para hablar no sólo del mérito que tiene la Feria de Valladolid, por seguir adelante este año con la reducción de presupuestos, sino también de la energía, la creatividad y el esfuerzo de todas las ferias de Castilla y León por mantener su cita con los lectores, a pesar de la escasez de recursos. Crémer, que pasó en su vida momentos de verdadera necesidad, supo muy bien lo que significaba hacer cultura en tiempos bárbaros; a pesar de censuras, de mermas económicas y hasta de persecuciones, supo seguir adelante, aprovechando los momentos buenos y esforzándose de manera singular en los malos, pero siempre con el mismo objetivo. Y ése es el espíritu que deben mantener en estos tiempos, tan difíciles para la cultura, aquéllos que siguen pensando que los sueños son siempre rentables, por mucho que los hacedores de presupuestos se empeñen en lo contrario.

Hacer cultura en tiempos de crisis es una tarea tan complicada, pero tan apasionante, como la de amar en tiempos revueltos. Este año los programadores de las ferias de Castilla y León, en consonancia con los programadores del resto de España, han tenido las cosas tan complicadas que más de uno ha pensado en echar el cierre. Sin embargo, mirándose los unos a los otros y, sobre todo, pensando en esa sociedad que sigue demandando novelas, poemarios, libros de ensayo, de historia o de viajes, se han decidido a montar sus casetas y a pasar este tránsito en la esperanza de ver esos célebres brotes verdes que nadie, ni siquiera los grandes maestros de la ciencia ficción, han conseguido identificar todavía.

Por eso, si siempre pasarse por las ferias del libro es un placer, un lujo para los sentidos y, sobre todo, para el intelecto, hacerlo este año tiene una connotación muy especial. Además de todo lo citado, supone apoyar una iniciativa que representa el esfuerzo de muchos (libreros, editores, escritores, instituciones…) para seguir apostando por los libros, es decir, por la cultura. Por todo eso que hace al hombre más hombre, frente a sí mismo y frente a los elementos. En contra de la realidad económica. De los números rojos y de los presupuestos esquilmados. Comprar un libro siempre tiene algo de proyección personal y de proyección social. Leemos para ser mejores, pero también para contribuir a que el mundo sea mejor. Y si esa actitud es siempre válida, cuando existen tantas cosas en contra, sin duda el gesto tiene un significado más amplio. Apostemos por lo que tenemos que apostar.

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