Un aroma dulzón a higos maduros, entre pinos, palmeras de suave curvatura y helechos perpetuamente verdes, en las faldas más femeninas de la Sierra de Gredos, se deja sentir con fuerza por las inmediaciones del pantano de Arenas de San Pedro, en pleno esplendor de la llamada Andalucía abulense. Bajo las aguas, el misterio esconde la casa en la que Carmen Laforet escribió, allá por la mitad de los años cincuenta, la que sin duda es una de sus obras más personales: ‘La mujer nueva’. Una novela que nunca llegó a alcanzar los gozos de ‘Nada’, a pesar de haber sido reconocida, en junio de 1955, con el prestigioso premio Menorca, y posteriormente con el Nacional de Literatura, lo que propició que la escritora se convirtiera en toda una celebridad en esta preciosa localidad del Valle del Tiétar, dominada por los perfiles medievales del castillo de la Triste Condesa.
La leyenda asegura que Carmen Laforet pergeñó la novela en Cóbreces (Cantabria), que la escribió en primera persona antes de romperla, y que la terminó en aquella casa, que entonces estaba junto al río, pasándola a tercera persona, quedándose sola con sus perros en Arenas después de las vacaciones de verano. La memoria familiar recuerda a la madre paseando por el campo ensimismada en sus cosas, aunque no lo suficiente como para no encontrar milagrosamente a su paso toda una colección de tréboles de cuatro hojas. Una experiencia que todavía es posible vivir en otros lugares de Arenas de San Pedro, como los antiguos jardines de ese permanente monumento a los brillos de la Ilustración que es el palacio de Don Luis de Borbón, el hermano bohemio de Carlos III, donde hay quien dice que los tréboles de cuatro hojas eran el manjar predilecto de las jirafas que criaba en su casa este caprichoso infante de España…
Un espacio perfecto para que la escritora se empleara a fondo para cuajar una novela que debía abrir un nuevo ciclo de su producción literaria, después de la enorme repercusión de ‘Nada’, con la que se inauguraba la brillante trayectoria del premio Nadal en 1944, y de ‘La isla y los demonios’ (1950), nacida de su experiencia en las Canarias. Cuando Carmen Laforet llegó a Arenas con su marido, el periodista y crítico literario Manuel Cerezales, y con sus hijos, ya era una pequeña celebridad entre los escritores de su tiempo. Si la llamada generación del 36, en la que se han encuadrado nombres como los de Cela, Delibes o Francisco Ayala, ha sido también conocida como la ‘generación de Nada’ (así la llamó Bardem), el influjo de Carmen Laforet sobre otras escritoras más jóvenes, como Carmen Martín Gaite o Ana María Matute, resulta absolutamente innegable. Sólo con el paso del tiempo hemos sido capaces de apreciar de verdad la labor de puente que pudo ejercer Laforet entre la generación de la guerra, representada por otras autoras como Rosa Chacel o María Zambrano, y una buena parte de la literatura española posterior.
La España vaciada, ensimismada y desolada que Carmen Laforet describía en ‘Nada’ en los años cuarenta buscaba una encarnación distinta en esta ‘mujer nueva’ de mediados de los cincuenta, precisamente cuando estaba cuajando en España toda una generación de escritores jóvenes que iban a dar un nuevo impulso a nuestras letras. Las inquietudes y las decepciones de Andrea, la protagonista de la obra ganadora del Nadal, víctima de una sociedad tan opresiva como enajenada, querían dar paso a un compromiso diferente con la realidad y con el mundo, en un momento en el que la lucha contra la censura franquista está viviendo uno de sus episodios más intensos.
Ése es el marco en el que Carmen Laforet elige una casita aislada en las afueras de Arenas de San Pedro, en el camino viejo de Guisando, para quedarse a solas con sus perros y con sus pensamientos mientras el verano da paso al otoño en el ecuador del siglo XX. El hallazgo de Paulina Goya, la protagonista de ‘La mujer nueva’ y la heroína novelesca que decide, en plena España de posguerra, separarse de su marido y hacerse cargo de su hijo por sus propios medios, significó el final de la carrera literaria de Carmen Laforet, pero también el principio de muchas otras cosas.