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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Jugar los naipes

Un año boquea y otro da sus primeros balbuceos. Luz de poniente y luz de levante. En época de crisis, y cualquier tránsito implica una crisis, tendemos a hacer inventario y a formular proyectos o propósitos que el ancho mar de todo un año nos llevará, o al menos así tratamos de convencernos, a realizarlos. Cierto: alguno de estos proyectos vienen de antiguo, pero esta vez será la definitiva.

Acaso necesitaríamos padecer de cierta esquizofrenia o de una suerte de personalidad múltiple para valorar nuestra situación con la objetividad necesaria. Porque, si no lo hemos llevado a cabo hasta ahora, ¿qué nos hace creer que – sin duda – esta vez sí? Entre las muchas construcciones que conforman la ciudad infinita de nuestro ego, ciudad en perpetua renovación pero cuyas nuevas construcciones no abolen los edificios ya construidos, se halla el edificio de la voluntad, que siquiera por el tiempo que lleva con nosotros ya deberíamos haber recorrido en alguna ocasión sin anteojos deformantes. Otros edificios, incluso aquéllos que perpetúan debilidades o miserias en apariencia más inconfesables, los visitamos, sino con tal frecuencia como al de la voluntad, sí con una objetividad mucho más honesta. El edificio de la voluntad, aun en ruinas, se nos aparece brillante de promesas y logros, como esos casinos en mitad del desierto que nos tientan con el cielo en un instante, basta entrar y girar la ruleta una vez.

Pero nuestra voluntad con frecuencia se trunca en el momento mismo de haber proyectado el objetivo, que damos por hecho en ese instante por el simple motivo de habérnoslo planteado, cuando en realidad no hemos avanzado ni un ápice en pos de su realización. “El mundo es mi representación”, escribió Schopenhauer, y luego dedicó todas sus páginas a matizar tal afirmación. Pues bien, nuestras sucesivos proyectos con gran frecuencia se desinflan como un globo sin nudo por el velo turbio de las representaciones que nos hacemos. Hemingway aconsejaba jugar los naipes que nos habían entrado, y no conozco mejor consejo para ir pasando la maroma diaria de la vida. Claro que los naipes hay que jugarlos, los que tenemos en la mano y los que vamos robando, y en realidad, si no queremos, ellos se jugarán solos hasta que se agote el mazo de los días. Pero para jugarlos es imprescindible una visión del tapete y las apuestas equilibrada, que nos permita ir con todo el resto si fuera necesario pero también pasar si en esa ronda sólo tenemos un dos y cuatro como naipes más altos (al final, esa mano muda habrá sido tan fructífera como la otra). Y si el azar – maldito – nos llega un naipe torcido, tendremos que, nos guste o no, hacer también jugada con él. Por ello conviene no pensar en el azar y centrarnos en el juego. Aunque resulte tan difícil.

Al repasar las hojas vueltas del calendario/2007 y recordar las negritas de las necrológicas, si algo tienen en común nombres tan dispares es que jugaron sus naipes tan bien como pudieron – no siempre con éxito -, y por ello les recordamos. De modo que ni el definitivo naipe negro de la muerte ha supuesto, en este sentido, el final de partida para ellos. Somos el tiempo que nos queda, según el poeta Caballero Bonald, y haríamos bien en tratar de exprimirlo dentro del margen que los naipes nos permitan. Alguien dijo (este alguien fue Cela) que la muerte es lo más vulgar que existe, pues ha ocurrido a todos los hombres desde que el mundo es mundo; pero hasta la llegada de tal vulgaridad la partida y los naipes de cada uno son diferentes. Mejor jugarlos cuanto antes.

(El Norte de Castilla, enero de 2008)

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muerte, tiempo

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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