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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Parábola inmortal

Al lector curioso de la historia de las religiones el nombre del rumano Mircea Eliade (1907-1986) le sonará a leyenda, como al del teatro el de Shakespeare; para los ignorantes que lo desconocíamos, el descubrimiento no ha podido ser más feliz, siquiera en su perfil de autor de ficciones. Eliade elige en Tiempo de un centenario la forma de la parábola para narrar la odisea de un profesor achacoso a quien alcanza un rayo que lo rejuvenece por fuera y quizá para siempre y que además transforma por dentro, otorgándole un inconcebible poder combinado de “hipermnesia” y “anamnesia”, una memoria fabulosa que le permite recordar con precisión cualquier detalle, por nimio que hubiera sido, de su vida pasada, y, en complemento, anticipar el porvenir y convertir su voluntad en acto. Tras el rayo milagroso, el doctor que lo trata trata de mantener en secreto la asombrosa condición de su paciente, en gran medida porque científicos nazis están intentando crear artificialmente súperhombres a base de descargas similares, y saber que el azar ha demostrado que su delirio es posible resultaría un peligro quizá insoportable. Inevitablemente el secreto trasciende y comienza la huída del renacido profesor.

“En pocas palabras, soy un mutante, (…) el hombre posthistórico”, piensa mediada la narración. Como tal mutante, no puede dejar traslucir ante los demás su verdadero ser; pero a la vez, y ahí radica gran parte de la fuerza de la fantasía, sigue compartiendo con el hombre que era antes y con todos los hombres los rasgos que nos definen justamente como eso, como humanos, la duda, el anhelo, la posibilidad de amor. Y como tal hombre posthistórico el Tiempo no corre por él, vive en el Tiempo pero a la vez fuera del Tiempo, paradoja que dibuja la pregunta fundamental que plantea Eliade: ¿Qué hacemos con el Tiempo? Podría pensarse que si dispusiéramos de todo el Tiempo del mundo, si en definitiva fuéramos inmortales, alguna vez seríamos Mozart, Miguel Ángel, Dante: llevaríamos a cabo cualquier obra más tarde o más temprano… siempre que dispusiésemos de la mínima voluntad de acometerla, y he aquí el recordatorio moral de la parábola. En lo referente a la carpintería del texto, el autor prodiga los saltos temporales presente/pasado (incluso en mitad de un diálogo), sobre todo al principio; gusta de símbolos y metáforas accesibles; y articula casi por entero la peripecia de su protagonista a base de diálogos y monólogos interiores, sin apenas descripción de acciones, acentuando así la sensación de intemporalidad o atemporalidad del relato. El lenguaje de la obra es sencillo y rico; las metáforas y símbolos, accesibles; el asombro frecuente. Sospecho que Kafka no la hubiera desaprobado.

(Suplemento cultural de El Norte de Castilla, enero de 2008)

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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