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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Darse el paseo

Aunque llueva, nieve o haga sol. Solo o en comandita familiar. Mejor caminando, que el colegio electoral pilla a la vuelta de la esquina, pero también vale en coche, bicicleta o a la pata coja. Incluso si de empalmada alcohólica, con el colegio como último after. El caso es darse el paseo. En darse el paseo cifran los dos únicos presidenciables todas sus opciones al alquiler de Moncloa, y todos los figurantes las suyas al del codiciado escaño, ¡parece tan calentito y confortable! Las propuestas destinadas casi al olvido desde su nacimiento, los insultos como uppercuts a la mandíbula o como directos al hígado, los dos cara a cara catódicos cuyo único debate consistió en ver quién de los dos los tenía mejor puestos (los gráficos) y en fin, todo el etcétera, etcétera que forma nuestro sistema democrático ha devenido así en algo no total pero sí esencialmente pedestre (ya se ha dicho que puede uno también darse el paseo en bicicleta, aunque no suele ocurrir). Y una vez ante la urna, con todas tus fuerzas o con cabeza y corazón, que parece no haber otra salida.

Pero por qué darse el paseo, sabiendo lo que inevitablemente viene por uno u otro lado. Con probable buena intención suele esgrimirse que si no se vota no se tiene derecho a protestar. Era el argumento de mi abuela, y en alguien a quien le habían negado su adultez política, atravesada por cuarenta años de barbecho democrático, se podía comprender. Aunque no se sostenga. Por supuesto se puede protestar sin haberse dado el paseo: la posible crítica va con el escaño, igual que los palcos en el tenis o en el fútbol, igual que ese sueldo sin calderilla que ellos mismos se fijan. ¿No gobiernan para todos los españoles, como no se jartan de repetir? Pues también para los que no se han dado el paseo.

En no pocas ocasiones este argumento se asocia con una supuesta obligación moral del votante para con su derecho, que le induzca, al menos, a darse el paseo y votar en blanco. Desde pupitres de mitin y foros catódicos los distintos candidatos no dejan de abanderarse como el único voto útil (el P.S.O.E. incluso utilizó la frase una vez como eslogan de campaña), y es precisamente el voto en blanco el más inútil de todos, pues todos se lo apropian la noche del recuento, en un ejercicio no sólo de hurto sino de bochornoso desprecio por el votante que lo emitió. Una papeleta que pretende representar el desencanto, como la película de Chávarri, se convierte por falta de apellidos en una propina de dueño general, en otra bola fanática con la que inflar el saco propio. La función del voto en blanco es desocupar un escaño, cosa que todos saben, pero ver las Cámaras aquejadas de la caries de unos escaños permanentemente desiertos parece da canguelo a los diputados y senadores, no sea que se extienda la caries y acabemos todos como en el Ensayo sobre la lucidez de Saramago. Sólo Ciudadanos en Blanco ha dado una respuesta a esta trampa, si bien mediante el paradójico método de crear un partido con el fin de no gobernar. No se trata pues de un voto en blanco sino a un partido renunciante. Como salida es ingeniosa – y la única hoy para el votante en blanco -, pero la actualización  de Ciudadanos… debería venir de fábrica con el sistema. No se condene a esos nihilistas, idealistas, futuristas o desencantados que de momento no les valga o no nos valga, siquiera por el número; recuérdese la abstención en los últimos comicios estatutiles de Andalucía o Cataluña: algo han de pintar quienes no se dan el paseo.

(El Norte de Castilla, marzo de 2008)

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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