Lo del chiki bis hay que comentarlo sencillamente porque ha estado y quizá aún esté ahí, innegable, en las tertulias de mármol y en los paréntesis de café, en las paradas de autobús y por supuesto en el – pero no sólo por él – siempre odioso hilo musical del autobús; lo del chiki bis tiene o ha tenido más presencia que el brujulear a ciegas de Rajoy por Génova 13, más que estas lluvias sin calendario que no cesan, indiferentes y orgullosas como sólo la Naturaleza puede serlo.
Al parecer la bola de nieve comenzó en un sofá de madrugada, en uno de esos late shows que nadie ve pero que alcanzan audiencias millonarias. El director guión presentador guión humorista le propuso a uno de los asalariados del programa – que la ocurrencia le surgiera in situ o la trajera mascada de meses antes poco importa – presentarse al concurso de candidatos a Eurovisión, ese certamen anual que se mantiene activo más por inercia de un inconsciente eurocolectivo, o al revés, que por cumplir función alguna como lanzadera de artistas. El asalariado aceptó, se presentó al concurso, cantó y bailó (por así decir) y… y ganó. Ganó gracias al voto masivo del público, que, acaso ignorante de la dimensión final de la bola de nieve, aceptó el envite simplemente como lo que era, una broma a ciegas cuyo único aliciente consistía en ver hasta dónde llegaba. Muchos tertuleros de sesera estreñida no lo vieron así, sin embargo, y volvieron a sacar la acotada ristra de atentados al buen gusto y los valores superiores al ruedo catódico para colgársela del cuello un tanto enclenque del desbordado vencedor. Tales indignaciones me han sonado casi siempre mera plegaria de vendebulas (el tertulero en su papel como el chiki bis en el suyo, porque le pagan), y, cuando sinceras, una pérdida de energía y enfoque. Bastaba apagar la telemema cuando saliera la coreografía en cuatro tiempos del chiki bis, y por otro lado el chiki bis es sólo un proyectil más, anodino, indiferente, en el vacío bombardeo con que tratan de llenar nuestro tiempo de ocio. El resto de eurocandidatos no se puede afirmar fueran mejores. En el cartel del Valladolid latino – la otra opción ruidofestiva el pasado sábado – tampoco había precisamente ningún Mozart; por lo menos el chiki bis tiene el ego menos inflado. Si se le ha escogido como tupé de turco ha sido sólo por su condición accidental de novedad, no por su calidad distintivamente inferior. Si algún interés tiene, es sólo como palmario ejemplo de la democracia sms a la que, cada vez más, nos vemos abocados. Borges definió la democracia como abuso de la estadística, pero ni siquiera su ceguera luminosa, que todo lo veía, pudo prever el alcance desorbitado que alcanzaría su reflexión con los teléfonos móviles. Casi nunca lo más extendido es lo mejor, obviedad que uno ha de susurrar cada vez en voz más baja, a riesgo de ser tachado de etéreo esnob alejado de la realidad – esa desconocida -, y si el medio es el mensaje, y basta comparar la edición impresa de cualquier diario con su versión digital para comprobarlo, la conjunción telemema/sms envicia el resultado de la consulta desde el mismo momento de plantearla, trate de lo que trate.
Al final de toda esta juerga de catorce millones con fecha de caducidad sólo ha quedado la ampliación al resto de franjas de edad de un vocablo urbano, adolescente y polisémico – friqui – que además rima con el nombre del involuntario protagonista. Lo del chiki bis, en suma, nos ha tenido distraídos por un rato.
(El Norte de Castilla, mayo de 2008)