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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Blue note

Tras darme plena libertad para tratar el tema que quisiera – libertad respetada por completo desde entonces -, y sabedor de mi pasión jazzística, el director de este periódico concluyó la entrevista que al cabo daría en este recuadro diciendo: “Puedes incluso escribir de jazz de vez en cuando. Éstos del jazz siempre se están muriendo”. Pensé que desgraciadamente tenía razón, que el cartel de aquellos que habían desbordado las clasificaciones de enciclopedia para ingresar por derecho musical en el mito estaba cada día más huérfano. La última ausencia del cartel ha sido la trompeta de fuego y miel de Freddie Hubbard, en su caso un silencio por causa natural, no por ello menos temprano. La muerte es una impaciente incorregible. Pero no de muerte – o no sólo – quisiera hablar ahora que hago efectiva la licencia del boss; mejor celebrar la labor que el más admirable sello discográfico de jazz ha venido realizando durante los últimos, recién cumplidos 70 años.

Justo unos meses antes de que un tirano wagneriano de bigotito y brazo en alto diera comienzo efectivo a la mayor masacre mundial de que hasta ahora tenemos noticia, dos alemanes alérgicos a la pureza (racial y musical) graban al otro lado del charco el que sería primer disco de esos sonidos que el tirano wagneriano ya había calificado de “música degenerada”. Desde aquellas sesiones de acetatos crepitantes en las que los músicos eran retribuidos con alcohol y abrazos hasta las actuales de cedés impolutos, el sello, como cualquier ente cuya vida necesita de alimento, ha pasado por épocas de abundancia y otras de escasez, pero incluso en las más famélicas se las ha ingeniado para ofrecer un nivel de digno deleite. Cierto, en los últimos tiempos han cobijado nombres que difícilmente tienen cabida bajo el paraguas improvisador del jazz (Van Morrison, Amos Lee, hasta remixes sampleados de sus pasados éxitos), pero aún alumbran descubrimientos sin equivalente en otras firmas, el último ese Robert Glasper cuyos dedos de prestidigitador góspel pudimos saborear aquí hace apenas dos meses. Sigue pues siendo sencillísimo mantenerse fiel a Blue Note, cueva de inagotables tesoros que el tiempo no es capaz de marchitar. Al menos uno, miembro de esa especie en vías de extinción que aún compra discos mientras la telaraña mundial y la crisis se lo permitan, seguirá manteniéndose fiel a las etéreas portadas de F. Wolff y a los guantes del cirujano del sonido Van Gelder, como se mantiene fiel a todas las primeras llaves de la dicha que de a poco le van construyendo el mapa duradero del yo.

Para terminar, aprovechando este mes de listas para todo y rebajas como excusas, he aquí un top ten inevitablemente injusto de las gemas azules que la cueva esconde; la prelación es meramente alfabética: John Coltrane, Blue Train; Miles Davis, The complete Birth of the cool; Bill Evans/Jim Hall, Undercurrent; Grant Green, The complete quartets with Sonny Clark; Joe Henderson, Page one; Stanley Jordan, The magic touch; Thelonious Monk, Genius of modern music (vols. 1 y 2); Lee Morgan, The sidewinder; Bud Powell, The scene changes; Horace Silver, Song for my father. Disfruten.

(El Norte de Castilla, enero de 2009)

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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