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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Nuestro cine

Ahora que nuestro cine ha hecho la cuenta de las habas anuales y comprobado el tobogán de bajada, no pocos han certificado ya su defunción inminente, su casi nula existencia presente. ¿Pero ha dejado realmente de existir? La industria española produjo el pasado año la cifra en nada menor de 173 películas. Cualquiera diría que los cacareados estertores son fingidos; estas 173, aparte confirmar una tendencia alcista (142 películas producidas en 2005, 150 en 2006, 172 en 2007), implicarían, dividiéndolas por los 52 fines de semana del 2008, que el año pasado tocamos a la inverosímil cantidad de 3,3 estrenos españoles cada semana. Uno para el viernes, otro para el sábado y uno más para el domingo, aunque a lo mejor salía más saludable un empacho de programa triple el viernes y luego los otros dos para formatear neuronas con la bici o el vino. Con todo, y aquí comienza el lío gordiano, de las 173 – y esto lo han omitido papeles, tertulias y cables – han llegado a estrenarse en salas 139, cantidad también inverosímil pero algo menos. ¿A qué limbo ignoto han ido a parar esas 33 películas producidas y no estrenadas? El misterio de tales desapariciones, aseguran miembros de la industria detrás de la puerta, se explica claro y en corto, como al final casi todos los misterios desde Sófocles. No a simple dedazo se otorgan las subvenciones, sino a partir de los rendimientos en taquilla, o sea de las entradas vendidas; así, son los propios productores de la película quienes, antes del estreno, adquieren las entradas, y con ellas la subvención, cuyo montante es por supuesto mucho mayor que el  dinero empleado en la adquisición de entradas. Obtenida la subvención y asegurado el negocio, no interesa ya promocionar y estrenar la película, pues tal acarrearía unos gastos que dudosamente se iban a recuperar (o a generar ingresos) después, con la venta real de entradas al público; y de gastar, lo mínimo para guardar la apariencia: en las salas de precio más barato y durante una semana. Con razón el lector no puede citar ni diez títulos españoles de los 173 producidos el pasado año. (Y si puede, mi enhorabuena sincera.) El resultado de este sistema ya lo hemos visto: por primera vez, en 2008 el Fondo de Protección a la cinematografía ha invertido más dinero – 85 millones – que lo recaudado en salas por cintas españolas – 81 -.

La solución súbita por tantos aullada es la de suprimir las subvenciones sin distingos, y así además “el público obtendría lo que quiere”. Uno en cambio no lo ve tan claro. El público obtendría en esencia lo mismo que ahora: anuncios de desodorantes de dos horas de duración, y por otro lado no hay sector de la cultura capaz de sostenerse sólo a cuenta del bolsillo privado. El cáncer es estructural, las subvenciones sólo la punta del iceberg; habría que delimitar sus criterios, exigir su transparencia; cambiar el sistema, sin duda, no amputarlas por las bravas. Hoy sobran producciones, sí, como sobran parlamentos, pero si se desea una industria cinematográfica española – si se desea –, se requiere un apoyo. No puede depender la salud de nuestro cine del azar de que en el mismo año coincidan en cartel Almodóvar y Amenábar. Tal no sería una industria sino un oligopolio.

(El Norte de Castilla, marzo de 2009)

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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