Un nuevo centro de peregrinación está desatando el furor migratorio de hombres y mujeres de todo el mundo, ansiosos por comprobar si efectivamente el poder del oráculo es tal como los ecos de la fama aseguran. Tiene la ventaja de que para consultarlo no necesita uno malgastar una semana sudorosa entre caminos de barro, ni sufrir colas de espera ansiosa a las puertas del templo, ni rezar a los dioses para que ese día el oráculo se haya levantado de buen humor y se digne a honrar a los fieles con su sabiduría oscura, tan iluminadora. No. El templo se halla en el propio cuarto y la sabiduría a un golpe de clic. Los americanos, que todo lo inventan y reinventan, hasta a ellos mismos se reinventan de vez en cuando, han inventado ahora un sistema por el que el internauta podrá, y así se anuncia, librarse del fastidioso engorro de pensar. El invento funciona como sigue: en base a una serie de preguntas en apariencia aleatorias (pero la manera de operar del oráculo es insondable, no osemos a descifrar sus secretos), el oráculo deduce un sistema personalizado, algo así como un oraculito particular, que es capaz de responder cualquier cuestión que se le formule, desde el tipo de calcetines que comprar, si blancos o de color, hasta si conviene insistir en esa secretaria tan guapa que no nos hace ni caso, y si sí, cómo.
Acabamos pues de alcanzar un estadio superior en la evolución humana. El homo sapiens ha muerto. ¡Larga vida al homo clicens! (El nombre del nuevo ser aún está por determinar, pero yo sugiero éste – pronúnciese “cliquens” -: lo encuentro muy gráfico, y sonoramente atractivo y fácil de retener.) Creíamos que ese estadio siguiente de la evolución supondría precisamente el desarrollo por el homo sapiens de una serie de facultades mentales inimaginables, la memoria de un Funes, la agilidad matemática de un Einstein, el infinito razonamiento abstracto de un Kant; facultades todas que no se darían como excepciones sino como norma (de ahí la evolución). Nada de eso. Tales atributos seguirían implicando la necesidad de usar la cabeza, en cualquier caso falible por muy desarrollada que se encuentre, y por tanto soportar la angustia de la duda ante la decisión a tomar. Con el oráculo todo esta zozobra existencial puede ya considerarse parte de unos tiempos oscuros que más valdría olvidar cuanto antes. Por fin hemos conseguido suprimir el misterio, por fin el soplo del azar. No se trataba de desarrollarnos como sapiens sino de ceder nuestro sapiens a un demiurgo superior y benigno que nos aclarase el cómo, el dónde y el cuándo. Y lo genial es que lo hemos creado nosotros, como el HAL 9000 de 2001. Vale, hemos tardado unos pocos años más, pero éste es más seguro y sólo quiere nuestro bien.
Habrá quien alegue si no nos estaremos reduciendo a épsilones voluntariamente. No hagan caso. En toda revolución siempre ha habido reticentes, elementos subversivos que se han opuesto al avance incontestable de los tiempos; por fortuna, bien que mal a la larga han acabado entrando en razón, y así también ocurrirá esta vez. Repito, no hagan caso. La felicidad se encuentra a un solo clic. Wall-E es hoy.
(El Norte de Castilla, julio de 2009)