La cascada de dimisiones, reproches cruzados, insultos en sordina e intentos desesperados por eludir la propia responsabilidad, cascada que ya amenaza con salpicar al Primer Ministro Cameron, tuvo como gota precipitante la escandalosa revelación de la escucha y ulterior manipulación del teléfono móvil de la niña Milly Dowler, que entre otros espejismos de realidad hizo creer a la familia de la secuestrada que aún seguía con vida, e introducir a la investigación policial en un sendero circular que solo conducía al punto de partida. La cascada ante un hecho de tal repulsiva magnitud es lógica, y si la cascada depura las cloacas periodísticas del imperio Murdoch llevándose por delante un par de tabloides más, bienvenida sea. Pero no hay que olvidar que la cascada no es producto de una gota; se necesitan muchas gotas acumuladas para que la última precipite. Quiere decirse que solo se ha levantado la cólera indignada del pueblo – y la de los políticos a su rebufo – cuando en el caso de la escucha han coincidio una serie de hechos – los 13 años de la niña, su desaparación, etc. – de un sensacionalismo similar a las prácticas que se denunciaban. Quiere decirse también que mientras las escuchas habían afectado a Hugh Grant o al príncipe Guillermo todos las consumíamos tan contentos, incluso con una avidez no exenta de regodeo. ¿Que les han intervenido? Que se aguanten. Les va en el oficio de famoso.
Ambos supuestos son igual de despreciables, y el que solo nos subleve el de la niña es reflejo fiel del general desprecio que hoy se tiene por la intimidad ajena, además de una postura estúpida. También nosotros somos objeto permanente de los ataques de agentes extraños, hostiles, que no conocemos y a quienes no queremos conocer. ¿Cuándo llegará el gobierno que ponga coto al permanente asedio visual, telefónico, electrónico a que el ciudadano se ve sometido? Tristemente es probable que el Gran Hermano llegue antes.
(El Norte de Castilla, 21/7/2011)