Ayer la noticia unánime fue la muerte de Steve Jobs. Sorprendente, aunque la muerte es siempre una sorpresa: una sorpresa inevitable, valga la contradicción. Hoy en los States equiparan la pérdida a la de un presidente. Gurú, director de sueños, visionario… todo el léxico a él asociado por los medios de difusión, toda esa mística comercial que aúna el zen con el dólar, omite, creo, lo esencial de su labor: que sus productos, al menos hasta donde a mí me alcanza, funcionan.