Eduardo Roldán (entrevista y fotografía). – El pasado domingo 23 tuvo lugar, en la Sala de los Espejos del Teatro Calderón, la mesa redonda La crítica de cine en el siglo XXI. Homenaje a FIPRESCI – Federación Internacional de Críticos de Cine -, con la presencia entre los oyentes de su presidente, el francés Jean Roy, y con la de algunos de los más destacados críticos nacionales como integrantes de la mesa. Entre estas firmas de referencia se encontraba Javier Ocaña, crítico de cine del diario El País, donde reseña semanalmente, y de la revista mensual CINEMANÍA; asimismo profesor de Historia del Cine para la Junta de Colegios Mayores Universitarios de Madrid, Javier Ocaña conoce en primera persona la temperatura cinematográfica de Valladolid por su labor docente en distintos cursos organizados por la Cátedra de Historia y Estética de la Cinematografía de la UVa.
Usted lleva muchos años ejerciendo la crítica cinematográfica de manera profesional. Cuál considera que es el papel que respecto al público ha de jugar el crítico hoy.
JO: Antes que nada, quisiera matizar que personalmente me gusta definir mi labor como crítico como una labor de mediación. Mi labor es la de mediación, labor de puente, si se quiere, entre un grupo de gente que crea un producto – fundamentalmente el director, pero no solo – y el grupo de gente a quien ese producto va dirigido. Y, tratando siempre de ser lo más justo posible con el film, es una mediación sobre todo en dos planos; por un lado, he de decir al lector/espectador a qué tipo de público va dirigido ese producto, y si a ese tipo le compensa, desde un punto de vista material, realizar la inversión de tiempo y dinero que supone ir a ver la película; por otro, la mía es una labor de revelado, de descubrir al interesado las claves del film, sus aspectos ocultos o no inmediatos de realización, a partir de mi experiencia y bagaje personal. Una labor que creo tiene sentido tanto para el lector que de entrada se quiere informar como para aquel que prefiere leer las críticas tras ver la película.
En este aspecto revelador o explicativo han de influirle especialmente las restricciones de espacio a las que inevitablemente hay que someterse cuando se escribe para un medio generalista.
JO: Desde luego que influyen, y siempre es díficil ajustarse al espacio asignado, que varía en función de la publicidad, de las páginas que vaya a llevar Cultura, etcétera. Lo ideal es saber desde el principio de cuánto espacio se dispone, sea mucho o poco: si uno escribe la crítica y luego, por el motivo que sea, ha de acortarla, al final le compensa más volverla a escribir desde el principio.
¿E internet? La eclosión de la red ha traído una oferta de voces tan plural como abrumadora. Hacia dónde se dirige pues hoy el crítico profesional, y qué cualifica su voz respecto de la de quien vierte su opinión en un blog y dice si le gusta o no tal o cual título.
JO: La repercusión que internet ha tenido en mi oficio es evidente. Un crítico profesional lo que ha de ser es justamente eso, profesional. Por cuanto que está asociado a una cabecera de renombre – llámese El País, llámese Cahiers du Cinéma, la que se quiera -, el lector tiene la certeza de que esa confianza está fundada, se la han dado a ese señor y no a otro por alguna razón. Y a la vez, el crítico profesional ha de comprometerse por esa confianza recibida, y dar ese plus que el lector no puede encontrar en otro lado.
Como autor del célebre artículo Los siete pecados capitales del cine español, podría señalar, si no los siete, algún pecado de la crítica cinematográfica, y en particular, si lo hubiere, de la española.
JO: Bueno, vicios hay como los hay en todas las profesiones. Podemos hablar de superficialidad, derivada muchas veces de la escasez de espacio que decíamos, o de arbitrariedad, por ejemplo, y desde luego que hay críticos mejores y peores, pero como hay abogados o médicos que son mejores que otros. Lo que me parece más importante es que en España tenemos por fortuna un abanico lo suficientemente amplio – la vertiente-medios generalistas; la vertiente-Cahiers; la vertiente-CINEMANÍA, destinada por ejemplo a un público más joven – y con unos modos lo suficientemente variados para enfocar una película como para que cualquiera encuentre su sitio, esa voz más afín a lo que él busca. Incluso bajo una misma cabecera se puede dar el caso de que coexistan una firma que te interesa y otra que no, y eso siempre, creo, es positivo.
FIPRESCi cumple en la presente edición medio siglo de su primera intervención en SEMINCI, y ha elegido El Proceso, de Orson Welles, como película más destacada de las que han recibido la distinción. Qué le parece la elección, y por qué motivos habría de acercarse a El Proceso quien no la haya visto.
JO: Debería repasar la lista completa de las galardonadas, pero en cualquier caso El Proceso es una obra indiscutible. El gran logro de Welles es que consigue trasladar el detalle kafkiano, la metodología de Kafka, que en el libro emplea páginas y páginas describiendo los pormenores de un hecho o de un acto, todos sus matices literarios, a la pantalla, y consiguiendo en ese trasvase un producto netamente cinematográfico, cine puro con lenguaje de cine. Cualquiera que tenga la suerte de no haberla visto sin duda disfrutará con ella.
Usted sí ha visto El proceso, como tantas otras. Después de muchos años y muchas películas, ¿siente que ha perdido en parte el afán del descubrimiento, la cosquilla que sentía al principio, cuando creía le quedaba tanto por ver, o ese impulso permanece en lo esencial?
JO: En mi caso por fortuna la cosquilla permanece, y eso es lo fundamental. Yo me sigo emocionando con las películas – bien por la forma o por el fondo, o por ambos aspectos -, y si me viene el llanto, ya puedo estar en la proyección de un festival o en el salón de mi casa que no lo reprimo. Una película te absorbe, y hay que entregarse a ella. Por eso me parece una falta de respeto para con el que está a tu lado, pero sobre todo para con la película, la costumbre de esos críticos de boli y linternita de ponerse a tomar notas en mitad de la proyección.
De descubrir cine nunca se termina. Es como quien dice que ha terminado de coleccionar sellos. Imposible. Yo ahora, durante los últimos 4 ó 5 años, estoy viendo mucho cine sociopolítico italiano de los 40/70, y es una aventura fascinante a la que, de momento, no le veo final ni se lo quiero ver.
Y algún descubrimiento más reciente.
JO: Pues en cuanto a autores menores de 50 años, que para un director ha de considerarse una edad joven, citaría a dos: Paul Thomas Anderson y James Gray.
Para concluir, se ha planteado alguna vez dar el salto y ponerse del lado de los criticados.
JO: La verdad es que no he sentido la necesidad. Sí escribí para Canal + un guion documental sobre Buster Keaton, pero algo más especializado en el terreno de la ficción, ya digo que no la he sentido. Al menos de momento me encuentro muy a gusto donde estoy.