Los diputados elegibles ya tienen otro incentivo para que sus culos ocupen uno de los escaños del Congreso tras el 20-N. Por si no bastaba con un sueldo base superior en casi mil euros al sueldo medio – el que debieran cobrar, como hombres al servicio público que se supone son -; las indemnizaciones por alojamiento y manutención, incluso al diputado con residencia habitual en Madrid; y las dietas diarias por viajes y demás calderillas (todo esto sin contar los complementos como miembro de mesa y los gastos de representación y de libre disposición de los diputados-estrella: también en el Congreso hay clases), para la legislatura entrante sus señorías han acordado concederse una tableta – imaginen cuál – y un móvil >. Gracias a la tableta van a poder trabajar más, mucho más, y con mucha mayor eficiencia, que con el ordenador portátil que, por otro lado, ya se habían asignado en la legislatura extinta. Así que nadie lo tome como un capricho. Que muchos de los citados portátiles hayan tenido el mismo uso que el que un taxista le da a una bicicleta en día laborable no cuenta, las tabletas son mucho más sencillas y portátiles – justamente -, e incentivan su uso. Cabe asimismo imaginar que no hay diputado sin móvil, pero este otro es >.
Quiere decirse que el importe del gasto no importa tanto como a lo que alude. Si tan necesarios son estos aparatos para su función, hace tiempo que deberían haberlos adquirido, y ya sabrían exprimir todos sus recursos. Pero justificaciones pueden encontrarse siempre. Italia es el Rubicón a cruzar ahora: allí los ministros van a recuperar el 10% de su sueldo retraído desde comienzos de año a los empleados públicos porque ellos no se consideran tales. Y si no ellos no se consideran, no lo son. El razonamiento es irrebatible. ¿Por qué una tableta y un móvil, por qué ese sueldo y esas dietas? Porque sí, porque ellos lo dicen. ¿Será que también lo valen?
(El Norte de Castilla, 3/11/2011)