– Quedarse sentado en el sofá, mudo, haciendo como que reflexionas pero en realidad tratando de alcanzar un estado letárgico-kármico de nada absoluta.
– Quedarse sentado en el sofá, mudo, mirando cómo los reflexivos minutos van pasando, uno a uno, en el reloj digital del deuvedé.
– Dar un paseo bajo la lluvia (con o sin paraguas).
– Resguardarse en un bar o una bolera (con o sin paraguas) hasta que escampe y puedas retomar el paseo.
– Ver un partido de fútbol.
– Ver dos partidos de fútbol (seguidos).
– Ver tres partidos de fútbol (con una breve pausa entre el primero y el segundo para echarse la siesta y reponer fuerzas).
– Tomar de la estantería ese gran clásico que tanto deseas leer pero para el que nunca tienes tiempo ni tranquilidad suficientes, sentarte en el sofá, abrirlo, empezar a leer, fruncir el ceño, seguir leyendo, suspirar impotente y devolverlo a la estantería.
– Ensayar tu cara de póquer más grave para que cuando al día siguiente alguien te pregunte por qué no has votado le puedas contestar que porque tú necesitas cuarenta y ocho horas para reflexionar.