En un recinto con quizá más claros que los que la ocasión merecía, la Sala Borja de Valladolid acogió anoche el concierto del cuarteto liderado por el veterano saxo tenor estadounidense Scott Hamilton (Providence, 1954). Con una discografía que abarca más de tres décadas y un centenar de títulos, Hamilton es hoy una de esas venerables e indiscutidas figuras que han alcanzado, tanto en los frentes de aficionados y críticos como en el de músicos, el status de mito; un status logrado a base de infinitos kilómetros de asfalto, sesiones de grabación y buen hacer.
A Valladolid acudió con la formación que lo acompaña en la última de sus grabaciones, registrada también en directo, hace ahora justo un año, en el club Jamboree de Barcelona, y que en primicia presentaron sobre las tablas de la Sala Borja: cuarteto clásico de saxo tenor como pito único y sección rítmica de piano (Gerard Nieto — espléndida mano derecha —), contrabajo (Ignasi González — estupendo solista además de acompañante, con una afinación perfecta —) y batería (Esteve Pi — sobrio y alegre al tiempo).
El repertorio abarcó todos los palos del abanico jazzístico clásico, que es el viento que el espectador espera escuchar cuando Hamilton se lleva el saxofón a la boca — las piruetas melódicas del free-jazz quedan al margen de su apuesta sonora —. La banda abrió con el standard de Cole Porter What is this thing called love para acto seguido, sin abandonar los años 20, atacar la pieza del pianista de stride James P. Johnson Old fashioned love, suficientes para dejar claro sus incontestables argumentos jazzísticos: un swing infatigable e irresistible y sobre todo una cohesión tan segura como elástica, que otorga a la banda ese plus esencial en jazz según el cual la suma de las partes es – ha de ser – siempre superior a las partes consideradas individualmente, por mucho brillo que estas tengan. Tras dar cuenta de un blues que supuso uno de los momentos álgidos de la velada, la balada You are too beautiful, de Richard Rogers, fue el caramelo para que el líder se abandonase, y donde los ecos del vibrato de Ben Webster más se dejaron oír en su sonido, tradicionalmente el nombre al que se asocia al saxofón de Hamilton; sin embargo, su fraseo fluido y sinuoso, esa aparente facilidad que nada tiene de fácil y un tono no tan rotundo como el de Webster lo emparentan antes con Al Cohn o Zoot Sims, legendarios > de la cuerda de saxos de la orquesta de Woody Herman a la que años más tarde pertenecería el propio Hamilton. Hasta el guiño latino – Bésame mucho – y navideño – White Xmas – tuvieron cabida antes de la propina.
En resumen, jazz de ayer, hoy y siempre, disfrutable y accesible. En el público, aplausos y bravos generales.
(El Norte de Castilla, 16/12/2011)