¿Fue el más grande? Esta es la pregunta que hoy no dejan de mascar las tertulias de ocasión y los titulares impacientes. Pero casi seguro tal pregunta no tenga más valor que el de la especulación más gratuita, pues resulta imposible dar una respuesta: igual que se puede sostener que en efecto, se puede sostener lo contrario, y con los mismos o muy parecidos argumentos. Quizá sea esta la diferencia más sustancial entre deporte y arte, no tanto la cualidad de la emoción que se produce en el espectador de un espectáculo deportivo o una obra artística: si en arte el > o el > es cuando menos discutible —¿es necesariamente superior un cuadro abstracto que una pintura rupestre por el hecho de haber sido pintado siglos después? No parece.—, en deporte no cabe duda de que según pasa el tiempo los deportistas están más preparados, son capaces de mejores marcas, de más altos, y hasta ese momento imposibles, logros; por tanto Alí solo puede compararse con los boxeadores que por entonces tuvieron la osadía de rondarlo, no con Tyson ni con Lewis, tampoco con Louis o con Marciano.

Ahora cumple 70 y entra en el territorio irreversible de la vejez. En el de la leyenda entró hace ya mucho.