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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Humor en tiempos de crisis

Como en tantos otros ámbitos —¿queda realmente alguno libre?—, la crisis financiera ha dejado caer sus zarpas en el editorial, y no solo en el sentido de reducir el número de publicaciones sino en el de conformar los contenidos de estas, o al menos de actuar como reclamo publicitario para la venta de libros: la elástica cintura del capitalismo consigue la formidable paradoja de que sea posible sacar partido de una situación desesperada acudiendo a la situación como incentivo. Claro que un reclamo rara vez es fiable, y bajo el de la crisis se han amparado varios títulos cuyo contenido se puede relacionar solo tangencialmente con la actual y depresiva coyuntura económica. Tal es el caso de los dos que nos ocupan, Una humilde propuesta, editado por Nórdica Libros, y Wadzek contra la turbina de vapor, por Impedimenta.

El primero es un librito de ochenta octavillas a letra gorda con ilustraciones y textos en inglés y español, que se ventila en menos tiempo del que se tarda en leer este comentario, y en absoluto lo digo como algo peyorativo. (Lincoln no necesitó ni 300 palabras para elaborar el discurso más citado y emotivo de la Historia Moderna.) Firmado en el año 1729 por Jonathan Swift, cabe adscribir Una humilde propuesta a ese género bastardo, urbano, paseante, volandero y de intenciones más o menos incendiarias que es el panfleto, por entonces quizá en su época de mayor esplendor. El propósito de Swift es nada menos que >, y para su consecución el escritor irlandés sostiene esencialmente que hay que recurrir al canibalismo. Ante el urgente problema de cómo criar a los 120.000 niños pobres que al año nacen en el país del trébol, Swift opta por la solución menos humana y civilizada que se le ocurre, y la lleva hasta sus últimas consecuencias con un rigor científico que cualquiera diría impropio de un humanista; y ahí radica justamente la genialidad del libro, en sostener el delirio con datos, el absurdo con fracciones, y en no hurtar ninguna de las consecuencias —no solo económicas: también gastronómicas y político-nacionalistas— que la adopción de su propuesta acarrearían. Todo ello expuesto con un lenguaje en apariencia sencillo y desapasionado, pero de tal forma que logra una densidad de ironía, por así llamarla, difícilmente equiparable, y con ella una denuncia mucho más efectiva. Una humilde… es así una suerte de “precuela”, que dicen ahora, de la teoría de la paranoia crítica de Dalí con doscientos años de adelanto, y anticipa también ese surrealismo cortazariano de hacerle un nudo a un pelo, tirarlo por el desagüe y ver qué ocurre, paso a paso, al intentar recuperarlo. Pocas veces se topará el lector con tanta inteligencia concentrada.

La denuncia socioeconómica —en este caso del capitalismo cosificador— que hace Alfred Döblin en Wadzek contra la máquina de vapor (inédito hasta ahora en lengua española), si bien presente, no supone como en el caso de Swift el sustrato que informa el texto, sino otro más de los muchos aspectos que lo pueblan y que dan cuerpo al tema central: la obsesión, y cómo esta consigue deformar la realidad en quien la padece. La obsesión en la novela adquiere los rasgos de Rommel, propietario de una fundición berlinesa que amenaza con absorber la fábrica de la que Wadzek es director; este y Schneemann, ingeniero que > y que comenzó a trabajar para Rommel tras haber sido robada una patente suya cuando residía en Stettin, y que identifica a Rommel con su desgracia personal, se alían en contra del fundidor; Rommel es así el motor invisible de la peripecia narrativa (aparece al principio y no vuelve a salir hasta pasada la página 300, pero no por ello deja de estar presente), la turbina que arranca la excusa argumental de la que Döblin se vale para ensayar una variedad de técnicas narrativas que beben todas del expresionismo alemán de principios de siglo —desde la pintura hasta el cine— y que tratan de romper con el agotado psicologismo motivacional de la novela naturalista. En la p. 82 se nos dice: > El expresionismo es ese catalejo, un catalejo que incrementa o disminuye sus aumentos a voluntad del autor; el humor que de él nace tiene que ver mucho más con el contraste que con el desapego aparente de la ironía: es un humor de impacto, de choque, deformante, un humor más visual y menos de subtexto, un humor de nariz de Gógol: el detalle en primer plano.

En uno u otro caso, si algo nos enseñan estas dos grandes obras es que en tiempos de crisis —de cualquier tipo de crisis— el humor es el remedio más eficaz, y quizá el único. En tiempos de crisis y en cualquier otro tiempo.

(La sombra del ciprés, 25/2/2012)

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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