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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Poema de la semana

 

Oda a Walt Whitman

 

Yo no recuerdo

a qué edad,

ni dónde,

si en el gran Sur mojado

o en la costa

temible, bajo el breve

grito de las gaviotas,

toqué una mano y era

la mano de Walt Whitman:

pisé la tierra

con los pies desnudos,

anduve sobre el pasto,

sobre el firme rocío

de Walt Whitman.

 

Durante

mi juventud

toda

me acompañó esa mano,

ese rocío,

su firmeza de pino patriarca, su extensión de pradera,

y su misión de paz circulatoria.

 

Sin

desdeñar

los dones

de la tierra,

la copiosa

curva del capitel,

ni la inicial

purpúrea

de la sabiduría,

me enseñaste

a ser americano,

levantaste

mis ojos

a los libros,

hacia

el tesoro

de los cereales:

ancho,

en la claridad

de las llanuras,

me hiciste ver

el alto

monte

tutelar. Del eco

subterráneo,

para mí

recogiste todo,

todo lo que nacía,

cosechaste

galopando en la alfalfa,

cortando para mí las amapolas,

visitando

los ríos,

acudiendo en la tarde

a las cocinas.

 

Pero no sólo

tierra

sacó a la luz

tu pala;

desenterraste al hombre,

y el

esclavo

humillado

contigo, balanceando

la negra dignidad de su estatura,

caminó conquistando

la alegría.

 

Al fogonero,

abajo,

en la caldera,

mandaste

un canastito

de frutillas,

a todas las esquinas de tu pueblo

un verso

tuyo llegó de visita

y era como un trozo

de cuerpo limpio

el verso que llegaba,

como

tu propia barba pescadora

o el solemne camino de tus piernas de acacia.

 

Pasó entre los soldados

tu silueta

de bardo, de enfermero,

de cuidador nocturno

que conoce

el sonido

de la respiración en la agonía

y espera con la aurora

el silencioso

regreso

de la vida.

 

Buen panadero!

Primo hermano mayor

de mis raíces,

cúpula

de araucaria,

hace

ya

cien

años

que sobre el pasto tuyo

y sus germinaciones,

el viento

pasa

sin gastar tus ojos.

 

Nuevos

y crueles años en tu patria:

persecuciones,

lágrimas,

prisiones,

armas envenenadas

y guerras iracundas,

no han aplastado

la hierba de tu libro,

el manantial vital

de su frescura.

Y, ay!

los

que asesinaron

a Lincoln

ahora

se acuestan en su cama,

derribaron

su sitial

de olorosa madera

y erigieron un trono

por desventura y sangre

salpicado.

 

Pero

canta en

las estaciones

suburbanas

tu voz,

en

los

desembarcaderos

vespertinos

chapotea

como

un agua oscura

tu palabra,

tu pueblo

blanco

y negro,

pueblo

de pobres,

pueblo simple

como

todos

los pueblos,

no olvida

tu campana:

se congrega cantando

bajo

la magnitud

de tu espaciosa vida:

entre los pueblos con tu amor camina

acariciando

el desarrollo puro

de la fraternidad sobre la tierra.

 

Pablo Neruda

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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