La literatura del horror tiene en su vertiente > uno de sus más inagotables filones. La cantidad de páginas dedicadas a la infamia de los campos supera en proporción abrumadora la dedicada a otros genocidios no menos metódicos, inconcebibles y descorazonadores, digamos el armenio o el ruandés, y este volumen inmenso no deja de crecer temporada a temporada. Pero tampoco la atención prestada a los campos es más o menos paritaria, y los del exterminio nazi siguen recibiendo mucha más que los del estalinismo, a los que aún hoy cubre una bruma de confusión, cuando no de ignorancia, entre una parte no desdeñable del público. Auschwitch se ha convertido en sí mismo en un género literario, mientras que Kolimá o cualquier otra isla de muerte del archipiélago Gulag suenan a terrores lejanos, esteparios, que no nos atañen de una manera tan directa, tan medular, pese a que la suma de víctimas en ellos fuera mayor. Y no se trata de establecer jerarquías del horror. No es que unos campos fueran “peores” que otros. Se trata simplemente de ser conscientes de que el Horror es uno y múltiple.
Con todo, esta hegemonía del horror ha venido siendo corregida editorialmente en España, en los últimos años, con una serie de libros entre los que Un mundo aparte, por primera vez traducido al español a partir del original polaco, ha de ocupar desde ya un lugar de referencia. El libro de Gustaw Herling-Grudziński fue uno de los primeros —en 1951— en dar a conocer en Occidente la infamia del Gulag, pero una serie de avatares —entre los que la ceguera voluntaria de una gran parte de la izquierda (por así llamarla) ortodoxa europea tuvo no poca parte de culpa— lo relegaron al ostracismo público hasta la década de los noventa. Etiquetado como “novela autobiográfica”, me parece sin embargo más preciso ubicarlo en esa categoría híbrida y vibrante que es el Nuevo Periodismo: Un mundo aparte es Nuevo Periodismo con quince años de adelanto. En efecto: la crónica narrada en Un mundo… se ajusta a los hechos acontecidos con un rigor que la novela, aun la novela autobiográfica, no tiene por qué mantener, basta con que la inspiren; en cambio, todo lo que se cuenta en Un mundo… acontenció tal cual —y además el lector lo sabe de entrada—, como en un reportaje; el que para contar tales hechos se haya recurrido a las técnicas propias de la ficción solo subraya la audacia del autor. Los hechos del horror los podemos consultar en otros lados, en la enciclopedia, en internet, en Solzhenitsyn (cuyo Archipiélago Gulag solo tiene un fallo: el de ser ilegible), pero al cabo casi seguro terminemos desbordados por ellos, desorientados. Herling-Grudziński supo o tuvo la intuición artística de que con las técnicas de la ficción se puede desflorar una verdad mucho más palpitante; de que así, paradójicamente, es muy probable que la verdad llegue de manera más directa al lector que con la enumeración desnuda de los horrores, pues se aúna la fascinación de la ficción con la fuerza de la realidad. Ejemplos de los hallazgos estilísticos de H-G son: > (para describir la escarcha); >; >; >
El periplo narrado en Un mundo… es el que H-G pasó en el “campo de trabajo” —eufemismo infamante— de Yártsevo desde noviembre/diciembre de 1940 hasta enero del 42, más un epílogo de retorno y casi euforia al conocer de la caída de París, donde el azar recompensa finalmente al autor con el nacimiento de una amistad fugaz y duradera. Un colofón adecuado como rúbrica y resumen de la sensación que le gana al lector en el momento de cerrar el libro: la de que el hombre, animal de inagotable inventiva para la infamia y el dolor gratuito, es también capaz del heroísmo, y que gracias a héroes callados el mundo sigue, pese a todo, girando.
El único reproche que se le puede hacer a la presente edición de Un mundo aparte es la excesiva cantidad de erratas que se han deslizado en el texto —>, en vez de marcado; > en lugar de menos cuarto; > sin tilde, etc.— que merecen sin duda una corrección urgente de cara a futuras ediciones. Una lástima, pues si existe la categoría de libros necesarios, Un mundo aparte merece pertenecer a ella por pleno derecho.
(La sombra del ciprés, 28/4/2012)