Un viento fresco y joven, liberado
apenas, se dilata por la huerta.
El seto, entre su verde despejado,
templa la luz, indócil se despierta.
Suelta de nubes. Por el encrespado
azul pájaros cruzan en alerta
fugaz. Cantan las hojas. En el prado
la sombra de las ramas ya es incierta.
Va a comenzar. Ahora es cada mata
un manojo de savias incesantes
que los silvestres aires busca y bebe.
¡Pronto, corred! El cielo se desata.
Y un rumor va creciendo por instantes,
húmedo, a lilas golpeadas: llueve.
Jaime Gil de Biedma
Las personas del verbo
Galaxia Gutenberg – Círculo de Lectores