En contra de las reglas canónicas de etiqueta que prescriben que ante el umbral de una puerta o una silla vacía >, los festivales de música tienden a dejar para la jornada de cierre a alguna gran dama de la canción del estilo que el festival promueva. Así lo ha hecho Universijazz para cerrar su undécima edición con la actuación de la cantante italiana Roberta Gambarini, acompañada por Justin Robinson al saxo alto y a la flauta y por Sullivan Fortner (piano), Ameen Saleem (contrabajo) y Quincy Philips (batería) en la rítmica. El buen aficionado de Valladolid seguro recuerda los solos con aires de Eric Dolphy que Robinson brindara en la pasada edición de Universijazz como contrapunto del trompetista Roy Hargrove, y acaso le suenen también el nombre de los del resto si es fanático de RH. La razón es sencilla: Gambarini básicamente ha robado a los integrantes de una de las más recientes encarnaciones del quinteto de Hargrove, con ella en lugar del líder. Y ha hecho muy bien, como quedó demostrado ayer.
Los cinco ofrecieron un espectáculo más que notable, con un repertorio en el que versiones jazzeadas de estándares de los 30 —On the sunny side of the street—, chansones francoargentinas —Oblivion— o brasileñas e incluso temas de cine —el Cinema Paradiso de Morricone— se imbricaron con equilibrio y buen gusto, sin que los distintos tempos de cada uno de ellos quebrasen nunca la cohesión global del recital. En escena, Gambarini se mostró lejanamente accesible, ni altiva como una prima donna ni sudorosamente cercana como una cantante de gospel en pleno éxtasis, y de humor generoso. Se sabe atractiva —porque lo es— y sabe usar su atractivo, pero este no hace olvidar nunca que el motivo primero que justifica su presencia en el escenario no radica en la fachada del rostro sino en el interior de la garganta. De entre las muchas cualidades de la voz de Gambarini uno se quedaría con su plasticidad casi imposible, que le permite moverse por todo su registro sin perder un ápice de fluidez ni en el ataque de las notas ni el fraseo, el baremo esencial de las cantantes de jazz. Con el más natural de los instrumentos no valen los subterfugios ni las medias tintas, y Gambarini ayer no se escondió. Dama al margen, quien arrasó fue el señor que se sentaba a las 88: acompañante de inagotable inventiva, capaz de conducir al solista a la vez que completaba los huecos que aquel dejaba sin interponerse nunca en su camino, con una digitación exquisita, Fortner es lo más cerca que este cronista ha estado de escuchar en vivo a Wynton Kelly, y un descubrimiento que por sí solo justifica un festival.
En suma, un broche brillante que no hace sino avivar el deseo de que Universijazz pueda remontar los actuales apuros monetarios y el año que viene siga trayendo a Valladolid pedazos de hermosa música con los que aliviar los rigores nocturnos del verano.
(El Norte de Castilla, 21/7/2012)