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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Apunte

El señor Sánchez Gordillo ha dicho que no está seguro de acudir a la llamada judicial en caso de recibirla. O sea que de momento no parece tenga muchas ganas. El señor Sánchez Gordillo prefiere la sombra de una encina a la sombra de los juzgados, lo cual resulta comprensible; solo que a veces toca levantarse, siquiera para mantener las apariencias. Así, si este señor ya había quedado fuera del supermercado por su condición de cerebro en retaguardia y fuera del delito por su condición de aforado, ahora puede quedarse fuera del juzgado porque sí, porque él lo vale. De lo que no quiere quedarse fuera es de los titulares políticos nacionales  e internacionales de prensa y radio y televisión. Y es que tiene que hacer llegar su mensaje tan lejos como le sea posible, ha de instruir y hacer ver la luz a los todavía muchos mortales que no hemos llegado al estado superior de su sabiduría. Si para ello ha de romper unas cuantas estanterías y cristales y pasarse por el forro del sobaco nimiedades como el Derecho y la convivencia, no importa; es un pequeño tributo que los demás hemos de pagar para ver la luz, y por el que le terminaremos estando agradecidos. Porque lo que palpita en el centro de todo este embrollo no es una condena de un sistema económico perverso ni la defensa de quienes pasan hambre: es  la soberbia de un señor que cree que solo hay una concepción única e infalible de la justicia, curiosamente la que tiene él; un señor que, como cualquier fascista —perpetuo o coyuntural—, se considera por encima de la ley. Dentro del marco de la filosofía política se puede discutir si la propiedad es o no un robo, si tiene o no >, e incluso se puede admitir el primer supuesto y negar el segundo. Pero a pie de calle y de supermercado ya resulta menos discutible. Y el hecho de envolver esa esencial soberbia fascista en la bandera de la justicia social solo produce náuseas. A los compañeros de marca que justifican el delito —léase Llamazares— con la misma nomenclatura sin matices que empezaron a emplear Bush y Aznar con la guerra de Irak (todas las empresas malas, todos los trabajadores buenos; estos países amigos, esos enemigos) habría que preguntarles si las lágrimas de las cajeras del supermercado asaltado no les parecen lo suficientemente trabajadoras, si las consideran lágrimas de cocodrilo capitalista sin valor alguno.

No ha trascendido que al señor Sánchez Gordillo le gusten las pegadizas melodías de los Pegamoides, pero el horror que ha creado no tiene nada de la gracia del de aquellos. Ha conseguido, sí, sus preceptivos 15 minutos de fama. Muy bien, ahora a lo mejor se da por satisfecho y vuelve al tajo para intentar hacerle la vida más fácil al ciudadano (¿no están para eso, los políticos?). Ciudadano que es por cierto quien le paga el salario, y no un salario de jornalero precisamente.

 

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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