Pese al recurso recién planteado, es —tristemente— más que probable que las Pussy Riot conozcan la cárcel: por haber conocido antes la fama, que la cárcel multiplicará, dolorosa ironía. No otra que la fama es la razón del juicio infame. Si nadie hubiera tenido noticia del acto, Putin habría liquidado el asunto con un tirón de orejas y la obtención de la promesa de que no se volvería a repetir. Estas mártires de la libertad de expresión solo se han confundido en una cosa: el lugar de su protesta. Que Putin es un dictador con nudo Windsor lo sabemos todos, y nunca está de más acciones que nos lo recuerden, o que se lo recuerden a quienes dicen no verlo, no saber. Uno hubiera querido que el recuerdo se hubiera producido en un concierto, al amparo del rugido de sus guitarras eléctricas. Pero al menos han tenido el valor, como la Martina de Deseo de ser punk.