El curso escolar ha dado comienzo sin que ninguno de los titulares que lo anunciaban dejasen de mencionar el término recorte, cuya omnipresencia hoy demuestra que afecta tanto o más al espíritu que a la micro/macroeconomía: un recorte de sueldo supone siempre un recorte del ánimo propio. En el plano escolar, con todo, acaso los recortes anunciados tengan la paradójica, soprendente y benéfica consecuencia de que nos centremos en lo que de veras importa, entre otras cosas la lengua, como se defendió en el IV Congreso Iberoamericano de las Lenguas Leer.es, celebrado en Salamanca la semana pasada.
Y es que el aprendizaje y dominio del lenguaje tiene unas consecuencias que exceden con mucho las del estricto ámbito lingüístico. No se trata ―o no solo― de conseguir que en el niño se despierte la afición por la lectura, no de que aprenda a escribir a mano con letra de imprenta. Se trata de enseñarles a leer y escribir porque no hay cimientos más firmes para el edificio del aprendizaje que la escritura y la lectura. La mecánica del lenguaje es en gran medida la mecánica del pensamiento. Quien zozobra leyendo/escribiendo zozobra pensando, y quien zozobra pensando es muy difícil que después aprenda a resolver una ecuación de segundo grado, si es que se siguen enseñando, que no lo sé. La pregunta es pues cómo lograr un aprendizaje eficaz. Ahora se habla mucho de los métodos de “descontextualización”, que supongo pretenden limar la teórica aridez del aprendizaje. Si descontextualizar implica dejar de explicar gramática, me parece que mal vamos. El objetivo, creo, sería más bien que el niño aprendiera esas reglas hasta que las dominase naturalmente, pese al esfuerzo del proceso. Y algunas ya las domina. Como dice el saxofonista Lee Konitz, aprendemos a tocar de oído, luego todas las leyes de la armonía y al final terminamos otra vez tocando de oído. El niño también habla de oído, pero eso no supone que no se le tenga que enseñar a hablar.
(El Norte de Castilla, 13/09/2012)