Hace ya mucho tiempo que los partidos políticos dejaron de ser agrupaciones humanas con un núcleo ideológico irreductible y compartido y se convirtieron en simples marcas que tratan de vender su producto de la manera más efectiva que puedan, deformando el producto si es necesario. Y siempre lo es. Véanse si no los anuncios de campaña preparados para las elecciones catalanas del 25-N. El de CiU destila un tufazo triunfalista y visionario que evoca directamente los megalómanos montajes de Leni Riefenstahl ―sin, ay, el conocimiento fílmico de la alemana―: mucha bandera, mucha voluntad, y un culto desbordado al líder. En el otro extremo, el del PP resulta mareante de cifras, y contraproducente: tanto número se olvida tan pronto como aparece en pantalla, y solo dejan una sensación de falsedad tan invencible como el de CiU. Volvemos a comprobar que los extremos se tocan. El PSC se sitúa en tierra de nadie, en un limbo federalista y abstracto cuya presentación, con Pere Navarro en primer plano contra un fondo blanco y clínico, más parece la declaración de un interrogatorio en tercer grado que un anuncio cuyo objetivo es transmitir ilusión. El de ICV es similar al del PSC, el candidato solo hablando a cámara, pero con un zum que se aproxima lentamente a su rostro como si, metafóricamente, se fuera acercando a la verdad que sus palabras nos van revelando. Demasiado Cuarto Milenio. Ciutadans tiene claro cuál es su comprador potencial: el profesional liberal, sobrio y crítico. Enlaza testimonios de los intelectuales que lo avalan y los expone con claridad. No sorprende pero no avergüenza.
Y la grata y fresca sorpresa, quizá porque no tienen ninguna aspiración electoral, es el anuncio de UPyD, con un trasvase de una hilarante escena de los Monty Python que seguro ha escocido más a los nacionalistas que cualquier oposición frontal y encendida (estas les alimentan el ego). No todo está perdido mientras haya un hueco para el humor y la ironía.
(El Norte de Castilla, 15/11/2012)