Vivimos en un mundo encasillado. El inabarcable magma de datos que la sociedad de la información no deja de generar segundo a segundo ha producido el fenómeno paralelo de la necesidad de clasificarla, etiquetarla, acotarla dentro de unos parámetros manejables que nos permitan discriminar el oro del oropel, entresacar la trufa del magma. De entrada el propósito es lógico y la necesidad natural. La posibilidad de ver todas las series de HBO o de escuchar todo el barroco musical con un solo clic no produce precisamente una sensación de placidez. Más bien lo que produce es una ansiedad angustiosa. ¿Por dónde empezar? Al final no se empieza por ningún sitio, o se si empieza no se disfruta, pues no nos quitamos de la cabeza la cantidad de títulos que nos quedan por ver o por escuchar, el hecho de que podríamos estar viendo o escuchando otro que disfrutaríamos más. De ahí la necesidad de acotar. De ahí las listas.
Pero como hemos dicho, de entrada. Porque en la práctica la función de la lista no hace sino acentuar, si cabe, la angustia. Y ello por su mera profusión, que en el ámbito cultural alcanza, en estos últimos días del año, niveles de auténtica epidemia. Los diez mejores discos de 2012, las diez mejores novelas, las diez películas… Y no solo: los diez mejores discos de rock español de bandas debutantes, los diez mejores de bandas que hayan publicado su segundo disco… Y sobre cada una de estas “materias”, tantas listas como opinantes, que no dejan de agregarse como polillas a la bombilla. Necesitaríamos pues hacer la lista de las listas para poder orientarnos; porque, en contra de la creencia cada vez más generalizada ―producto también de la explosión de internet―, no toda lista vale lo mismo. Por otro lado, aun en el supuesto de que la lista resultase útil, se perdería el placer del descubrimiento. Claro que quién tiene tiempo para investigar por su cuenta, con tal cantidad de discos pendientes.
(El Norte de Castilla, 20/12/2012)