No hablamos aquí de una comedia sin gracia y con una recaudación desproporcionada. Ojalá. Hablamos de una tragedia que día a día se cobra nuevas víctimas de la impotencia y el exilio. Víctimas en su mayoría jóvenes, a las que acusan sin motivos de no recaudar lo suficiente. Ya vemos cómo funciona el asunto: importamos las ideas más zafias del cine americano y dejamos que se nos escapen quienes mejores ideas tienen en el ámbito de la Ciencia. Entre otros lugares, a Estados Unidos. Resultaría irónico si no fuera tan triste. Larra dijo aquello de que escribir en España es llorar y Ramón y Cajal barrió para su campo la frase de don Mariano José y dijo que también investigar era llorar. Las cosas no han cambiado en dos siglos, si acaso para peor; escribir e investigar siguen siendo llorar en lo económico y ahora también en lo social. Ya hemos asesinado minuciosamente las Humanidades de los planes de estudio y ahora estamos asesinando la investigación de los planes de financiación pública. La labor del escritor y la del investigador se semejan en que son labores de tanteo y retracto, de ensayo y error y de final lejano. En puridad, ni una obra ni una investigación se terminan nunca: se abandonan por otra. Y este martirologio incierto que supone la vocación al político no le cabe en la cabeza. El político español no ha entendido nunca que el capital humano es también capital económico; los políticos padecen la enfermedad de la urgencia, la necesidad del rédito instantáneo, y para ellos un señor que se pasa ocho o diez horas al día encerrado en un laboratorio o delante de un teclado es un gasto vacío que hay que recortar como se recorta un tumor pillado a tiempo.
Por desgracia la tragedia no ha terminado; están sembrando nuestra propia defunción intelectual y tecnológica, y en unos años, como con el ladrillo hoy, nos preguntaremos cómo lo permitimos, buscaremos responsables sin encontrar ninguno y los que estén volverán a mirar para otro lado.
(El Norte de Castilla, 27/12/2012)