Resulta lamentable que el hombre necesite de la tragedia para sacudirse la venda de los ojos y actuar. O al menos algunos hombres. Otros prefieren mantenerse enrocados en el castillo ciego de sus prejuicios, resulta más cómodo y les suele proporcionar mayores réditos. La —enésima— tragedia de Newtown parece que por fin ha hecho moverse a Obama. Es lamentable, ya decimos, que hayan sido necesarios casi 30 muertos inocentes, aunque el asesinado siempre lo sea, para poner a rodar la máquina burocrática y acaso, con el tiempo, modificar/suprimir la Segunda Enmienda, y deprimente la expectativa de éxito. Obama nunca ha sido un antagonista de la circulación libre de armas, en primer lugar porque el idealismo de Obama es un idealismo posibilista, y oponerse frontalmente le habría arrebatado tal cantidad de votos entre los propios demócratas que jamás hubiera llegado a candidato del partido, no digamos a presidente. Esa figura abstracta pero tan real llamada americano medio tiene arraigada en su conciencia una suerte de > que le hace rebelarse frente a cualquier sombra de restricción, incluso si la sombra es más racional, más humana, más moral. Un gen mal entendido, pero que mediatiza el pensamiento del pueblo y el ordenamiento jurídico y contra el que Obama no va a hacer nada porque no puede hacerlo. Los diecinueve pasos que ha anunciado puede dar sin el consenso del Congreso recuerdan a los siete pasos del alcohólico sin remedio, que al final terminan llevándolo al bar más cercano; y las medidas anunciadas por Biden, tan útiles como una limosna. ¿Prohibir las armas de asalto? Genial, en vez de AK-47s se podrán disparar “solo” Berettas, que queda mucho más cine negro. ¿Reducir las balas de los cargadores? Fenómeno, disparar ráfagas de cuatro tiros en vez de seis resulta mucho más seguro.

Este viene a ser el negro cuadro de hoy. El que se aventura para mañana no pinta mucho más luminoso.

(El Norte de Castilla, 17/1/2013)