La sentencia por la que el TS ha tirado al retrete la ordenanza municipal del Ayuntamiento de Lérida que prohibía el uso del burka en espacios públicos denota tanta escrupulosidad formal (no se puede limitar un derecho fundamental ―la libertad religiosa― mediante la modificación de una ordenanza municipal) como falta de coraje sustancial/social, si bien deja entrever la tendencia que el tribunal adoptaría si se pronunciase algún día sobre el fondo.

Apunta el Supremo que >. El TS utiliza la técnica del rizo sofista; acude a un concepto jurídico indeterminado, una expresió abierta, para probar que no se puede probar. Solo que sí se puede, y de forma muy fácil: basta con que los señores magistrados se pregunten quién prefieren que se les siente al lado en un cine, si una mujer en velo integral o una con crucifijo al cuello. Si contestasen con honestidad, verían cuántos iban a estar más pendientes de la vecina de butaca que de las imágenes de la pantalla. Igual que la facultad de juzgar lleva ínsito el deber de sopesar, la libertad conlleva la seguridad. Es evidente que lo que se discute aquí no es la expresión personal de una creencia sino la vía de expresarla: no es lo mismo llevar un crucifijo del tamaño de un dedal en el pecho que un velo de cuerpo entero, y no porque crucifijo y burka representen a distintas religiones. El segundo supone una amenaza real que hay que prohibir. Otros países ―en nada reaccionarios― ya lo han hecho en sus normas de más alto rango. Aquí nos la seguimos cogiendo con papel biblia, y preferimos lavarnos las manos y así proteger por vía indirecta el derecho de una minoría aun a costa de socavar otro ―y más amplio― de la mayoría, acaso por miedo a los reproches de pancarta de los estupendos que confunden opresión con multiculturalismo.

(El Norte de Castilla, 7/3/2013)