Miguel Gila levantaba el teléfono para ver si se podía poner Dios al otro lado y así pedirle consejo, cómo hacerle entrar en razón al enemigo, que es que no escucha, o al jefe, que escucha menos aun que el enemigo, o a la parienta y los hijos, que directamente no escuchan nada. Ahora el viejo sketch del maestro de la camisa roja se ha hecho realidad, o casi, y el contacto celestial y telefónico se ha establecido solo que en sentido inverso, de arriba abajo, gracias a los buenos oficios del papa Francisco, que ni corto ni perezoso (si hay algo que los jesuitas no admiten es la pereza) ha comenzado a contestar las cartas que le llegan de los fieles vía telefónica, así sin más, levantas el teléfono y de pronto estás hablando con la máxima autoridad de la Iglesia, que te llama por tu nombre de pila. El papa Francisco se ha propuesto ser el papa del pueblo y a fe de muchos que lo está consiguiendo. Lo cual no termina de hacer gracia en las altas esferas del Vaticano, que son altas pero no tan altas como Francisco (sin el don, por favor), que ven innúmeros peligros en estas llamadas cuyo único fin es consolar a quien lo necesita, o sea poner en práctica las enseñanzas religiosas. A uno le parece que lo que más temen los consejeros oficiales no es que alguien se haga pasar por el papa sino que el papa, en la intimidad telefónica, se salga de la línea oficial dictada por la Iglesia. Cuando por fin un papa asume plenamente su función de interlocutor de Dios en la tierra, va la burocracia eclesiástica y trata de dificultar la comunicación. Confiemos en que la rebeldía jesuita del papa no se resigne a los dictados de los consejeros y siga difundiendo el calor humano y divino de su palabra en la medida en que sus otras obligaciones se lo permitan. Porque una palabra de consuelo a tiempo prolonga sus beneficios por mucho después de emitirse, igual que una risa. La única pena es que Gila no le pueda coger ya el teléfono a Francisco.
(El Norte de Castilla, 12/9/2013)