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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Más allá de la ficción

Todas las historias de amor son historias de fantasmas (Debate), por D.T. Max, es una de las primeras biografías publicadas de una rentrée otoñal cargada de ellas. Las biografías como género presentan una serie de problemas de difícil solución. El primero y más evidente es que la vida íntima de los grandes hombres suele ser tan aburrida como la de cualquiera; un hombre se hace un nombre en la Historia justamente por lo que hace, por lo que lleva a cabo; son las obras las que quedan, pero las biografías inevitablemente conceden la misma relevancia a las minucias domésticas que a los logros fuera de lo común de la vida pública. En este sentido la vida de un escritor es de las menos atractivas que puedan relatarse. Sin embargo los biógrafos se empeñan en escarbar en la rutina de los días y las horas con la esperanza de encontrar la clave que desvele el misterio de la obra. Harían mejor en escarbar en la obra.

En cualquier caso parece que el interés está ahí, debido en parte a la obsesión actual por conocer las miserias ajenas, que también como cualquiera algunos grandes hombres padecen. El personaje Wallace es de entrada ideal para la autopsia de la miseria: el escritor más hermético y singular de su generación, autor de uno de las novelas más revolucionarias de finales del siglo XX, fue también un hombre inseguro que padeció durante toda su vida > de la depresión y adicciones de drogas sucesivas, hasta que terminó por propia mano con ella a la edad de 46 años. D.T. Max tiene no obstante el buen sentido estético y moral ―suelen ir de la mano― de guardar una distancia justa, ni desapasionadamente clínica ni cercanamente amarillista, y aunque hay un evidente afecto en el retrato que hace de Wallace, este resulta sobrio y honesto.

El segundo problema de las biografías deriva de su propia estructura. Al, en definitiva, ceñirse el biógrafo a registrar a posteriori un suceso detrás de otro, al final su voz como escritor se pierde, y así infinidad de biografías parecen escritas por el mismo negro literario, sin apenas variaciones. El estilo es monocorde, intercambiable, como si se tratasen de atestados de accidentes de quinientas páginas. Esta es una pega de la que D.T. Max no logra sustraerse, aunque la exposición que hace resulte clara y no demasiado exhaustiva, lo que siempre se agradece. Es en resumen un trabajo pulcro y bien sostenido, pero que desvela muy poco de aquello que más importa, la poliédrica obra de DFW.

Para quienes no la conozcan, un barómetro más fiable de lo que esta les puede reportar lo tienen en En cuerpo y en lo otro (Mondadori), recopilación de quince piezas de no ficción —ensayos breves, reseñas, crónicas— de FW inéditas en español, de temática varia —tenis, cine, filología, literatura sobre todo.

En cierto momento de Todas las historias… la madre de FW dice que >. Como escritor, la formidable capacidad receptiva de Wallace puede resultar agotadora y en último extremo tediosa, y esto donde mejor se aprecia es en las crónicas y reportajes —verbigracia, el dedicado al Open USA del 95—, géneros en los que el autor se ve obligado sobre todo a describir. FW hay veces que vomita todo lo que su mente atesora: un vómito ordenado, higienizado por la sintaxis, pero un vómito al fin y al cabo. Y no es que carezca del don poético de la síntesis: Federer es que es Mozart y Metallica al mismo tiempo>>, dice en la última nota al pie del artículo, una imagen mucho más reveladora que todo el desglose explicativo de páginas y páginas anteriores sobre ángulos liftados, empuñaduras, materiales de raqueta y demás circunstancias que hacen del tenis moderno lo que es hoy. No carece del don poético, como tampoco del humorístico, y es capaz de escribir con ternura, y con desapego y melancolía, pero estos dones en ocasiones se ven oscurecidos cuando no logra domar su deseo de transmisión. Cuando lo logra, el otro gran punto fuerte de Wallace, su capacidad analítica, alcanza cotas de una lucidez difícilmente superables, capaz de producir en el lector, como muy pocos autores, ese rarísimo placer híbrido que forman el deslumbramiento intelectual y el gozo estético. Por oposición a la crónica-reportaje, es en las críticas y reseñas donde esta capacidad analítica se percibe con mayor esplendor.

Todo creador es a la vez un crítico, y como crítico DFW tiene muy pocos rivales. Para empezar, porque tiene la honradez de no limitarse a dejar caer pedazos de su vastísima cultura ni de su inteligencia superior: él se halla en las antípodas del tipo de reseñador que no sale del me gusta/no me gusta, sino que utiliza su cultura e inteligencia como base para dar razones específicamente literarias —o específicamente cinematográficas, o de la materia que sea—  que justifiquen por qué se ha formado esa opinión (curiosamente, solo una vez es maniqueo y simplista: con Rafa Nadal). Valga como ejemplo el final del artículo sobre Borges, en el que se tiene la sensación de que borgianamente logra FW ―él sí acude a la obra― desvelar el misterio de la escritura del genial ciego en apenas dos páginas.

A veces me gana la impresión de que la escritura, con su linealidad consustancial, fue una herramienta insuficente para la mente-esponja de FW, capaz de registrar simultáneamente un torrente de estímulos brutal. Estímulos y conexiones que a la vez pretendía transmitir, y para cuya transmisión ideó la forma de las notas al pie, un recurso que muchas veces resulta tan agotador como incómodo, y que tiene la enorme pega de romper el flujo natural, la música de la prosa, así como el hilo de la narración o el razonamiento, al que siempre hay que prestar extraordiaria atención.

Mi recomendación es leer a Wallace sin detenerse en las notas al pie. Es decir: terminar el texto de corrido y solo después leer las notas, que por otro lado muchas veces forman textos autónomos y que leídas así ayudan de recordatorio del texto principal. Soy consciente de que se trata de una recomendación anti-Wallace, siendo como son las notas al pie la marca de fábrica por la que ha quedado el escritor de Ithaca, y de que se deba acaso a una insuficiencia personal, que haya quien no pierda el hilo musical ni el semántico del texto con las interrupciones que las notas exigen, pero yo no soy capaz, y para mí el latido, el boom de la prosa, es un atributo irrenunciable —latido que, suprimiendo las notas al pie, y dentro de estas, la prosa de Wallace tiene más que ajustado.

(La sombra del ciprés, 12/10/2013)

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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