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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Tres en uno

La Espiga de Honor de la presente SEMINCI ha recaído en Paul Schrader, lo cual tiene pleno sentido en el marco de un festival de cine, que no es otra cosa que una reunión más o menos numerosa de cinéfilos/cinéfagos que ven y juzgan una serie de películas previamente elegidas. El hecho de juzgar es central en un festival —sea del lado del público, sea del de los jurados oficiales—, al punto absurdo de que en ocasiones se tiene la impresión de que el festival no es más que una excusa para el palmarés. Premiar así a uno de los últimos exponentes del dictum godardiano de que filmar películas no es otra cosa que hacer crítica con una cámara supone un acierto que desborda el marco estricto del mérito fílmico de la obra de Schrader, con ser esta merecedora por sí misma del premio.

Schrader pues ha seguido una carrera —crítico-guionista-director— tan lógica como infrecuente. Lo más peculiar e interesante de esta elección es que el cambiar de estadio no le ha hecho renunciar a los estadios anteriores. Aún hoy sigue escribiendo guiones para otros y ejercitando la crítica de texto. En el estadio inicial Schrader fogueó la pluma bajo el amparo de la mítica Pauline Kael, a quien él mismo califica de >. Como con su madre biológica la relación no fue siempre fácil —sinteticemos diciendo que con Kael sí hubo reconciliación premortem—, pero no ha habido otra que haya determinado más medularmente la vida profesional de Schrader, incluidas la mantenida con Scorsese o su hermano Leonard.

Los dos requisitos imprescindibles que ha de tener un crítico son conocimiento de causa y honestidad; el uno sin el otro hace que la crítica se caiga. Se detecta cuando un crítico es bueno porque podemos discrepar de él pero aun así reconocemos la verdad de su postura, y en este sentido el rigor de los escritos de Schrader resulta impecable. En el que considero su último gran ensayo —Canon Fodder, que podríamos traducir como ‘Canon morralla—, defiende la necesidad cinematográfica de un canon, esto es, de una jerarquía del juicio. Lo cual hoy, en que el mantra de que toda opinión vale lo mismo se ha extendido a velocidad de ADSL, es poco menos que una herejía.

Schrader inauguró la segunda etapa con el guion de Yakuza, por el que recibe un pastón escandoloso y, más importante, le permite comenzar a trabajar con algunos de los directores jóvenes más interesantes de los 70 hasta que topa con Scorsese, quien pone en escena el libreto de Taxi driver de una manera tan perfecta que hoy se hace inimaginable cualquier otra. Aparte de un idilio tormentoso con Scorsese, para quien escribiría otras dos joyitas y una cuchara de madera, Taxi driver permite a Schrader pasar a la tercera y última etapa, detrás de las cámaras, con el drama síndicocriminal Blue collar. Curiosamente en el guion de su debut como director se aparta Schrader un tanto de la concepción mametiana de contar la historia siguiendo a un personaje/héroe, que había mantenido hasta entonces y mantendría luego casi siempre. Travis Bickle, Mishima, Jesucristo, Julian Kay… los personajes de Schrader están encerrados en sus propias contradicciones, en lucha con sus debilidades interiores, y a riesgo de resultar simplista creo que esta es la razón fundamental, más que la > de las historias que cuenta, que le ha hecho caer en semidesgracia, porque nadie en Hollywood parece hoy dispuesto a promover complejidades, porque los personajes han de ser cuanto más recortaditos y blanquinegros, mejor, y porque para dilemas morales el público ya tiene bastante con elegir entre la fila ocho o la nueve. El otrora niño de oro de la industria ha tenido que recurrir a la financiación on-line para sacar adelante The canyons, su último empeño tras el visor. Por suerte para nosotros SEMINCI no opina como Hollywood.

(La sombra del ciprés, 19/10/2013)

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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