Las diez mejores películas. Los diez mejores libros. Los diez mejores restaurantes. Los diez mejores goles. Los diez momentos políticos más destacados. Llega el fin de año y con él el ansia clasificatorio. Diez es una cifra rotunda y con aura académica, y acaso por ello haya sido —es— la elegida para sintetizar el año, pese a que el año tiene doce meses y doce resultaría una cifra más racional, dentro de la irracionalidad intrínseca que supone el querer embutir la plural riqueza de más de 350 días en un puñado de notas al pie. Dada la sobreabundancia informativa que padecemos parece una buena —más que buena: necesaria— idea el aplicar la navaja y de una tajada rebanar toda la mugre prescindible y quedarnos solo con lo que auténticamente merece la inversión de tiempo y/o dinero, esos dos factores de los que nunca tenemos suficiente. El problema es que la lista es otro producto prescindible más, pues que se agota en sí misma y al final es incapaz de llevar a cabo su supuesta función. Porque ¿a qué lista atenerse? Habría que hacer la lista de las listas, y aun así no resultaría en absoluto fiable. Por otro lado la lista se agota en sí misma pues muy rara vez exploramos las recomendaciones después de registradas. Las listas no son sino fogonazos olvidables, una posteridad de diez guiones para un tiempo en que la posteridad ha dejado de existir. En el ámbito artístico es si cabe más inútil esta obsesión; si hay algo que no progrese es el arte, y así difícilmente cabe imaginar algo más moderno, más actual que Shakespeare. La lista de las diez obras de teatro de 2013 empezaría por Hamlet y terminaría por Mucho ruido y pocas nueces.
Entonces tal vez sí tengan una utilidad las listas, y es el no hacerles caso: comenzar la exploración propia al margen, con aquello que ha quedado fuera de la lista. Es para lo más interesante que, paradójicamente, sirve internet, para navegar los márgenes.
(El Norte de Castilla, 2/1/2014)