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Eduardo Roldán

ENFASEREM

El salto a la muralla

 

No es hasta el advenimiento de la llamada Quinta Generación, circa 1985, que el cine chino logra romper o saltar la Gran Muralla de los Patrones Culturales del Partido. La pureza ideológica es siempre aburrida —aparte otras cosas—, pero la pureza estética no lo es menos —suelen ir unidas—. Esta generación es tan multicolor en sus propuestas como homogénea en su rechazo del gris realmaoísmo anterior. Lo cual no quiere decir que repudien el arte político, sino que es justamente ahora cuando comienza a explorarse a fondo: el arte político que carece de crítica no es más que propaganda: Revolución Cultural. Paradoja aparente, si algo no fue la Revolución Cultural fue revolucionaria. Así, la sanción oficial/comercial que en Occidente tiene el cine chino no se produce hasta que en 1987 el Festival de Berlín concede el Oso de Oro a la cinta de Zhang Yimou Sorgo rojo. Y quizá no sorpresivamente, esta sanción recae en una propuesta que formal y narrativamente resulta de fácil digestión según los patrones tradicionales, casi diríamos decimonónicos, del público occidental. En cualquier caso, Sorgo Rojo introduce en el vocabulario cinéfilo el concepto de Quinta Generación, y ayuda a difundir una serie de nombres cuya obra ha ido de a poco haciéndose un hueco en festivales y salas comerciales de Europa y América. El citado Zhang Yimou es sin duda el más (re)conocido de este grupo —fue el encargado de la filmación de la ceremonia de apertura de los JJOO de Pekín—, un auténtico arrasador en los festivales europeos más prestigiosos, SEMINCI incluido —Espiga de Oro por La semilla del crisantemo—. Yimou sintetiza como ningún otro la voluntad de diversidad que informa el cine de la Quinta Generación. Desde el preciosismo viscontiniano de la ‘Linterna roja’ a la cotidianeidad documental de Ni uno menos o la coreografía de acero y sangre de Hero y La casa de las dagas voladoras, se diría casi que ZY elige sus propuestas estéticas solo como reto a su formidable capacidad para poner en escena. Personalmente tengo una predilección especial por Mantén la calma, tal vez la película más nerviosa que haya visto y un estacazo contundente a las convenciones dramáticas de los cursos de guion 1.0.  Digamos que es lo opuesto a Amor bajo el espino blanco, pero al menos igual de interesante.

Perteneciente a la siguiente —sexta— generación, Jia Zhangke es el cineasta que mejor ha (re)tratado el siempre difícil proceso de apertura/imbricación de la cultura china hacia/con la occidental y el subsiguiente abrazo a la globalización. Xiao Wu, Platform, El Mundo o Placeres desconocidos exploran sin ningún énfasis gratuito y una originalidad tan desarmante como directa las intermitencias del hombre contemporáneo en un sociedad vertiginosa que lo excede, fascina e intimida. El hoy más honesto heredero —ojo: no imitador— de Antonioni, Jia Zhangke es quizá el secreto más atronador del cine no solo chino sino mundial (hay DVD en español de las cintas mencionadas).

Dentro del apartado hongkonés, y al margen de la adrenalínica tríada que forman el gesticulero Jackie Chan, el incansable Johnnie To y el malogrado John Woo, resulta ineludible referirse a Wong Kar-wai. Ojito mimado de la crítica internacional —In the mood for love y 2046 se encontrarán en cualquier top 10 de la pasada década—, es sin embargo en esa suerte de sonata-rock en tres movimientos que forman Chungking express, Fallen Angels y Happy Together donde la singularidad narrativa y el riesgo formal —el genio, si se quiere— de  Wong Kar-wai queda más patente, y donde el espectador puede percibir menos diluida la vibración específica, urbana y urgente del cine made in Hong Kong.

La formación y la vocación estéticas, más que la nacionalidad americana, del taiwanés Ang Lee son las razones de que sus películas hayan sido las más profusamente distribuidas y rápidamente aceptadas por el público occidental. Incluso sus primeras obras pueden perfectamente encajarse dentro de los parámetros mayoritarios del espectador medio; no obstante, no ha dejado de beneficiarse del aura de exotismo que se le atribuyó en sus inicios y que lo elevó de la condición de pulcro artesano a la de artista de riesgo. Misterios. Natural de Taiwán es también Hou Hsiao-Hsien, un delicadísimo escultor de lo esencial que cuenta en su filmografía con algunos muy hermosos cuentos rohmerianos —Tiempos de amor, juventud y libertad, Adiós, Sur, adiós, Millennium Mambo — y con al menos una obra incontestable, Ciudad doliente.

He querido concluir esta rápida panorámica con el que considero el pórtico de entrada ideal a la cinematografía china para el afortunado que no la conozca y quiera explorarla. Dirigida por Edward Yang, quinto, compatriota, colaborador y amigo de Hsiao-Hsien, Yi yi es una de esas películas capaces de definir una vocación, de cambiarnos la mirada que tenemos sobre el mundo —siquiera por unas horas— y de hacernos sentir a la vez mucho más pequeños y mucho más grandes. Si hay un título imprescindible de entre los muchos memorables que se han citado, es este.

(La sombra del ciprés, 1/2/2014)

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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