Suiza necesitó 500 años de amor fraternal, democracia y paz para legar al mundo el reloj de cuco, y unos pocos más para legar a Roger Federer. Ahora parece que lo del amor fraternal llegaba solo hasta cierto punto, en concreto hasta los ochocientos cincuenta kilómetros que, más/menos, es la distancia que separa sus fronteras de chocolate y nieve de las de Croacia. Parece que los suizos se han cansado de relojes de cuco. Porque al reloj no basta con fabricarlo; hay luego que darle cuerda todos los días, engrasar mecanismos y escuchar de vez en cuando el tictac de su corazón si queremos que funcione como debe y le siga marcando el compás al tiempo. Es verdad que el cuco puede ponerse a veces un poco pesadito, pero su eficaz labor de medición e información compensa ampliamente estos fastidios ocasionales.
Ahora Suiza, al restringir sus saludables montañas y cristalinos lagos a las visitas europeas, ha dejado claro que quiere un reloj de cuco mudo: uno que siga dando la hora puntualmente pero que no los despierte del sueño de bienestar social en que tienen la fortuna de vivir, con una tasa de paro del 3,2%. Y así no vale, cuando de antemano te has comprometido a respetar el cucú aleatorio del cuco, suene más o menos meliodoso. La culpa de esta mudez sobrevenida no puede sin embargo achacarse en exclusiva al egoísmo de un pueblo que con su decisión ha confirmado que la histórica neutralidad helvética es más legendaria que real, sino también a que la iniciativa del referéndum formulada por quienes programan el reloj era capciosa como la invitación sonriente de un trilero: “Contra la migración en masa”. Les ha faltado añadir “que se chupa la teta de la subvención nacional”. En todo caso, el resto de relojes europeos tomarán medidas, si no recíprocas, sí de algún modo compensatorias, y acaso el enroque suizo sea a la larga un patriótico ‘suizidio’ en masa según lo definiera el genial José Luis Coll: >
(El Norte de Castilla, 20/2/2014)