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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Mosaico pop

Tom Wolfe ha sido uno de los autores señeros de Anagrama y no es de extrañar que la editorial haya incluido varias obras del autor de Virginia en su colección Otra vuelta de tuerca, iniciada en 2009 —a raíz del cuarenta aniversario de la firma— con la intención de revitalizar algunos de los títulos más singulares de su catálogo. Tras el par de dípticos que formaban los ensayos de La palabra pintada & ¿Quién teme al Bauhaus feroz  y los reportajes La izquierda exquisita & Mau-mauando al parachoques le llega el turno ahora a las piezas periodísticas, más breves, de La banda de la casa de la bomba y otras crónicas de la era pop, mosaico de catorce textos publicados originalmente entre el 64 y el 66, o sea en el núcleo duro de la era.

Salvo El libro de etiqueta de Tom Wolfe, que es un panfleto —en el sentido más personal, ácido y luminoso del término— el resto de las piezas sí encajan en el término >, con una peculiaridad de enfoque: TW aborda el fenómeno en cuestión que vaya a estudiar tomando como símbolo del fenómeno a un personaje, célebre o anónimo, singular o plural, cuyo retrato funciona como enganche del lector y ayuda además a vivificar la narración, llenarla de colores y cercanía. Así, a través de La banda de la casa de la bomba estudia el hedonismo ingenuo, salino y saleroso de los jovenes surferos de la Baja California; a través de una estríper de San Francisco, la adicción a los implantes de silicona y demás operaciones destinadas a obtener el molde corporal perfecto; a través de Marshall McLuhan, la esencial incertidumbre de los empresarios y su obsesión por dar con la imposible fórmula que les garantice las ventas; o a través de él mismo, los “adelantos” de un mundo en creciente e irreversible tecnificación que supuestamente nos hacen el día a día más fácil. Y bien, ¿cómo toma estos y otros temas complementarios —la inseguridad intelectual de las estrellas de Hollywood; el movimiento mod; la hiperinflación de las —supuestas— obras de arte y el esnobismo inherente al mundillo, etc., el lector del 2014? ¿Hasta qué punto unos textos tan anclados en el espíritu del tiempo en que fueron escritos pueden hoy, casi cuarenta años más tarde, disfrutarse más allá de la mera curiosidad antropológica, social? Pues con mucho agrado. Las apreciaciones de Wolfe son casi siempre inteligentes, a veces discutibles —lo cual es bueno cuando la inteligencia acompaña—, con frecuencia hilarantes, ocasionalmente visionarias: >; >. El periodismo y la historia son disciplinas contrarias —el primero se vuelca en la cambiante actualidad, que forja la segunda, inamovible— pero Wolfe se las apaña para que ninguna de las crónicas se sienta caduca.

A lo que sin duda contribuye el estilo. >, escribe en Underground de mediodía a propósito de los jóvenes del swinging London, y añade: > Con la primera frase está definiendo al escritor; con la segunda se está definiendo a sí mismo. Un estilo gloriosamente cínico que va mucho más allá de los ¡¡PAROXISMOS TIPOGRÁFICOS!!, que es en lo que todo el mundo repara de entrada —y en lo que no pocos se quedan—, y cuyo primer atributo sea acaso la adicción  —o ADICCIOOOÓN— que crea, que impulsa al lector a seguir, a seguir, a seguir hasta el final del texto, sea un tocho de novecientas páginas o una pieza de diez o doce. Esta adicción se fundamenta en un empleo barroco, urgente y torrencial de todos los trucos de la chistera literaria. Caben citar, entre otros, la recurrencia —>—; el uso de las comparaciones, siempre dentro del tema y del personaje que mira —>—; la infinita creación de neologismos —>—, y sobre todo el humor. En La chica trucada puede encontrarse el humor wolfeano en su máxima expresión, y las peripecias del propio Wolfe en El hotel automatizado son dignas de Jacques Tati. (Hemos hablado de cinismo glorioso, pero es un cinismo que, cuando retrata a personas o describe personajes, no excluye ni la ternura ni el afecto.)

Aparte de las cada día más habituales erratas — > por > (p. 155), > por > (277)—, quizá lo más lamentable del volumen sean algunas decisiones de traducción discutibles. No se entiende por ejemplo que se adapte el vocablo > por > —y muy bien adaptado que está— y no, en la misma página, > por >. Tampoco que se pase de > a > en dos frases seguidas, sin justificación: > es un vulgarismo que el texto no recalca. O el citado neologismo >. ¿No suena mucho mejor >? Reeditar no es reimprimir años más tarde, y para esta ocasión especial debería haberse tenido un poco más de cuidado. En cualquier caso, lo dicho no empaña un volumen disfrutable de tapa a tapa, que esperamos no sea la última vuelta de tuerca de Tom Wolfe en la presente colección.

(La sombra del ciprés, 15/3/2014)

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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