Las tertulias radiofónicas me levantan dolor de cabeza y la televisión apenas la veo, pero en cualquier caso la crítica partidista que se le formula al cabeza de lista de Podemos de haberse valido de los media para disparar la presencia de su formación en Estrasburgo no es más que una pataleta infantil. Desde hace décadas la política es en esencia un gran pulso mediático. Lo que les escuece no es que se haya valido de los media sino que les haya sacado más provecho que ellos.
La crítica debería centrarse más bien en lo que queda detrás del runrún de las ondas y los hertzios y los tuits de 140 caracteres: en los cimientos del castillo mediático, que no es que sean muy sólidos (uno sigue leyendo periódicos, e incluso se ha leído el manifiesto/bandera de Podemos). El partido de Pablo Iglesias —y qué paradójica suena esta expresión— ha logrado los cinco asientos parlamentarios por la vía del titular de impacto, tan deslumbrante como huero. Podemos está instalado en una narrativa vaga, apocalíptica, obvia y confusa, basada en una serie de generalidades sentimentales y porosas que o bien son irrebatibles por su propia generalidad —>, >, >— o bien son imposibles de llevar a la práctica en el sistema en que, nos guste más o menos, vivimos —nacionalización de la banca, salida de la OTAN—. Esto no es un programa político sino una declaración de intenciones. Lo más concreto que defienden es la consulta catalana, cuya defensa por un partido de izquierdas es una contradicción similar a un merengue colchonero, y la dación en pago, incontestable pero que se defiende ella sola.
Nos hubiera gustado leer alguna cifra, alguna hoja de ruta con actuaciones concretas, pero vivimos en el mundo del fogonazo, y de ahí el asombroso resultado en tiempo récord. Podemos es un globo que es probable se desinfle pronto, y no por falta de medios.
(El Norte de Castilla, 29/5/2014)