Como un Julio César a la inversa, Artur Mas decidió desde el principio adoptar una táctica de desgaste, deshojar la margarita de la independencia paso a paso, recurso a recurso, provocación a provocación, con una precisión minuciosa y estudiada cuyo fin no es el anunciado originariamente y sostenido desde entonces —la convocatoria de un referéndum que conduzca a la independencia— sino la ratificación personal como nacionalista de bandera, o sea de pro. Mas prefiere quedar como una negrita de la enciclopedia que como una nota al pie de página, ahora que ya nadie utiliza enciclopedias. Porque él es el primero que sabe, que sabía, que todo el proceso no es más que ruido sostenido que cuanto más se prolongue, mejor; y así, cuando al final el ruido se silencie, Mas habrá quedado como el libertador frustrado, el hombre que más hizo pero —lástima— no pudo en última instancia astillar el yugo opresor, las fuerzas eran demasiado desiguales. La derrota como victoria, y el impulsor justificado.
Lo que hay entonces que preguntarse es si el impulsor va a quedar solo como negrita de enciclopedia o si debería también como negrita imputada. Porque toda esta táctica de desgaste ha supuesto un gran gasto de tiempo y por tanto de recursos —monetarios, humanos y hasta psicológicos—, y aunque cada una de las acciones individualmente consideradas no sean constitutivas de delito, ¿qué hay de la concepción, de la voluntad de mantener el ruido a toda costa aun sabiendo que al final no se va a conseguir nada? ¿No es esto una suerte de prevaricación? El propio Govern cifra la cuantía del ruido en casi nueve millones de euros, cantidad que bien pudiera haberse destinado a algo útil, tangible, que mejorase las condiciones de todos los catalanes (incluso de quienes no le votaron, para quienes también gobierna). Mas, con gran astucia, ha llevado a cabo una especie de delito legal, ubicándose en un limbo penal que solo puede imputársele en un plano ético.
(El Norte de Castilla, 2/10/2014)